Para los amantes del punkipop veraniego y los chistes de pitos, la separación de la banda blink-182 supuso un jarro de agua fría allá por 2005. Claro, luego aún pudimos conformarnos con los proyectos ingeniosos de sus integrantes tales como Angels and Airwaves o +44, nuevas formas de reinventar el concepto adaptándolo a las modas actuales desde mi punto de vista, de manera bastante cutre. Quizás Box Car Racer fue lo único interesante que pudo salvarse de aquel periodo. O quizás no.
Por todo ello, ¡qué alegría, qué alboroto! cuando nos enteramos que de repente las irreconciliables rencillas que habían separado a los californianos parecían diluirse rápidamente (quizás en un mar de potenciales dólares) y se volvían a reunir poniendo como excusa un acercamiento que venía provocado por un accidente de aviación de parte de ellos. Por si las palabras tajantes de Mark Hoppus («blink-182 is back») no fueran una alegría para todos aquellos que vivimos la gloria del punk-californiano de los 90, no solo iban a volver en gira sino que además ¡iban a traernos un disco!.
El cual hoy nos ocupa, desgraciadamente. Pues pese a que buceando por internet, las críticas van desde decentes a buenas y medios de todo el mundo catalogan y alaban la evolución del grupo hacia terrenos (agárrense señores) más cercanos al progresivo (¿?), con letras oscuras, inteligentes y maduras (¿?) a un servidor lo que le parece es que si el grupo realmente hubiera vuelto, hubiese vuelto de verdad, a lo que era. Pero analicemos el disco. Tengan en mente que al que escribe esto le gustaban las canciones de blink-182 que hablaban de tetas y culos, no de dolor excelso en oscuros corazones. No se me quejen.