Mi ronda de conciertos de noviembre llegaba a su fin el pasado 20 de noviembre. Tras haber disfrutado de Love of Lesbian, Vampire Weekend e Interpol, le llegaba el turno ahora a los aclamadísimos Arcade Fire. La presentación habitual de Win Butler y sus chicos por la crítica musical no hace sino generar grandes expectativas respecto de su posible directo: se les etiqueta como “el grupo de la década”. Una etiqueta que pesa, sin duda, pero que los canadienses saben levantar y pasear como nadie por el escenario. Veamos el porqué. 1, 2, 3, 14, que empiece la crónica.
Pero antes, los teloneros. Si lo que se pretendía era plantar un grupo que no pegase ni con cola con Arcade Fire, Fucked Up eran los adecuados. Si se pretendía que el público se quedase a cuadros con una actuación, dejando lo musical aparte, Fucked Up eran los adecuados. Y si se pretendía que se montasen pequeños pogos en las primeras filas, Fucked Up eran los adecuados. Los compatriotas de Arcade Fire, sonaron ruidosos, y guitarreros, pero sin una buena voz. Y sin embargo, el cantante y frontman del grupo, un tipo de dos por dos que mete miedo, consiguió animar el cotarro a lo bestia, al menos entre las primeras filas: se paseó, gritó, abrazó al público, al que los sudores de Damian Abraham parecían importarle poco. Tocaron poco, apenas 45 minutos escasos, pero eso les bastó para brindarnos de su sonido hardcore, voces gritonas y actitud hooligan, que no dejó indiferente: hasta el más hipster de la primera fila agitó la cabeza con Fucked Up.
Arcade Fire debían comenzar su actuación a las 21.30, pero se retrasarían hasta las 22.00. Eso no hice sino poner más en tensión al público del Palacio de los Deportes, que se mostraba lleno hasta la bandera cuando el septeto de Montreal saltó al escenario. El comienzo sería explosivo: Ready To Start abrió la veda de los saltos en las primeras filas, seguida, sin descanso, de Month Of May, otra de las canciones más moviditas de su denso y largo último LP, The Suburbs. Presentaban disco y se notaba; aún así, pronto llegarían los regalos de los primeros discos con Neighborhood #2 (Laika) que exprimió al máximo la actitud del público, entregadísimo. Pese a todo, las tres primeras canciones deslucieron un poco, por lo que yo achaco a posibles problemas de sonido (y no de actitud de un público entregado como pretenden otros): a Win Butler y su guitarra apenas se le oyó, no como al bajo y las voces del Palacio de los Deportes, que corearon cada tema con fuerza.
Win Butler, al comienzo del concierto
Con No Cars Go se inició una ronda de acordeones, violines y percusiones hiperbólicas que fueron celebradas por todo lo alto por el público. Tras estos cuatro “subidones”, Win Butler pasó el testigo de la voz a su mujer, Régine Chassagne, en dos temas que consiguieron relajar los ánimos. Primero Haïti, una buena ración de xilófonos y de la aguda voz de Régine, seguida de la muy ochentera Sprawl II (Mountains Beyond Mountains), donde el sintetizador invadió el Palacio de los Deportes mientras la señora Butler se marcaba un baile en el escenario acompañada de las palmas de los asistentes.
El tridente de canciones que vendría a continuación impuso un momento bastante lóbrego sobre el escenario, pero no por ello menos disfrutado: Modern Man, Rococo (no la soporto en su versión de estudio, pero en directo funciona muy muy bien) y The Suburbs y su continuación. Fueron momentos de piano, para ser cantados con los acompañantes, y que dieron cuartelillo para el brutal repaso que darían a canciones de sus dos discos anteriores.
Tremenda la voz de Régine
Tras varios “muxas grasias” por parte de Win Butler, Arcade Fire miró al pasado con Crown Of Love, tema cuyo crescendo y cambio final fue para mí uno de los mejores momentos de todo el concierto. Neighborhood #1 (Tunnels) fue otro hit que conectó con el publico a la perfección. Estaba siendo un concierto para recordar: no sólo por la actitud del Palacio de los Deportes, sino porque la banda demostraba con cada tema lo bien que se lo pasaban, menciones especiales para Richard Reed Parry y William Butler, cuyos trabajos a la percusión y la guitarra acústica fueron magníficos. Keep The Car Running dibujaría de a los Arcade Fire como esa banda coral, de art rock que dicen, que a pesar de la ausencia de alardes de virtuosismo (no se vio ningún solo de guitarra, ningún arranque de individualidad) consiguen hacer levitar a su público.
«¡Que lo damos to’, que lo damos to’!»
Y al fin llegaría mi niña mimada de su último cd: We Used To Wait y su tintineante piano, que en directo arranca una descarga de adrenalina considerable conforme la canción se está terminando. Otro momento, desde luego, para recordar. Llegaba no obstante ya la parte final de la actuación, no apta desde luego para epilépticos ni afectados de enfermedades cardíacas, dado el subidón de sonido y juegos de luces que alcanzan los canadienses en Neighborhood #3 (Power Out), la cual engancharon sin tregua con uno de los himnos de la banda: Rebellion (Lies), donde un percusionista fuera de sí recorrió todo el escenario y el foso, palmas del público incluídas.
I used to write…
Operado el habitual “me voy pero ahora vuelvo”, Arcade Fire enfiló la recta final de los bises con dos imprescindibles de sus dos discos anteriores: Intervention (con un órgano de iglesia que, pese a ser grabado, da escalofríos) y la que ha de convertirse (si no lo ha hecho ya) en un rompestadios, Wake Up, que atrapó al Palacio de los Deportes y lo obligó a corear y aplaudir sin parar al que, merecidamente, se le cuelga el título de “grupo de la década”.
Aquí tenéis el setlist, el cual me pertenece gracias a un muy buen amigo con el cual compartí el directazo de los canadienses:
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