Los grandes no vuelven porque la economía los apriete, sino por algo tan difícil de sobrellevar como el paso de ser el mejor en lo suyo a formar parte del montón en todo lo demás. Desafortunadamente, para cuando se dan cuenta de esta situación, y salvo excepciones notables (Jarvis Cocker, Lance Armstrong o José Tomás), este regreso, en lugar de reafirmarlos en su talento, les supone una nueva desilusión: el tiempo pesa sobre ellos y ya ni siquiera destacan en su especialidad. Eso en cuanto a los grandes, subrayo, porque los pequeños nunca se llegan a ir, y las causas que invocan de nuevo a los que se encuentran en tierra de nadie se resumen en dos grandes epígrafes: la incómoda sensación de que se han dejado algo en el tintero, que no han desarrollado todo su potencial, o bien que los ahorros acumulados durante su periplo cercano a la élite han acabado en manos de Madoff.
Dado que no dispongo de acceso a los registros bancarios de Urge Overkill, supondré que es más bien la necesidad de continuar un camino truncado de forma incomprensible lo que motiva el regreso a la creación, mediante su Rock & Roll Submarine, de esta banda que jamás llegó a explotar completamente a pesar de tenerlo todo de cara en la primera mitad de los noventa: dos álbumes irreprochables como Saturation y Exit the Dragon, además de la promoción que les brindó el druida Tarantino al incluir su versión de Girl, you’ll be a Woman soon en una de las escenas principales (lo que no es decir mucho: hasta sus títulos de crédito forman parte de la cultura popular y han sido parodiados en infinidad de ocasiones) de Pulp Fiction. Quizá las causas se reduzcan a su indefinición en un período caracterizado por las guerras (que tantas alegrías nos provocaron) entre los desaseados grunges y los pijos britpoperos.
Un submarino amarillo: qué casualidad, oye. Habrá cuadrado así.
Buena parte de la responsabilidad de que resulte tan difícil catalogarlos recae en la existencia de dos líderes en el grupo: Lance no está solo, sino que tiene que compartir sus galones con Contador, y la experiencia nos recuerda que estas cosas no suelen acabar bien. Ambos se reparten la responsabilidad de voz principal/coros en una proporción cercana al cincuenta por ciento a lo largo del álbum, cifra que no sorprendería que se reflejase con anterioridad en el contrato que ha permitido su reunión: no sería conveniente olvidar que los motivos de su separación, además del fracaso de su ahora penúltimo disco, allá por 1995, apuntan también a las desastrosas envidias y orgullos que separaron a ambos frontmen, amén de, faltaría más, un batería que respondía al alias Blackie Onassis y que acabó a las malas con la heroína.
Eddie Roeser, al que en la etapa dorada (o así) de la banda identificaríamos como el rubio y al que el paso de los años ha convertido en el gordito, representa la voz rabiosa, los cantos más desgarrados que se funden con la distorsión de las guitarras, el poli malo, el hombre detrás de Effigy, pepinazo (hay pepinazos y hay melocotonazos, sí: la diferencia la dejo para otro momento) rockero en la línea de algunos de los mejores cortes, como Take me, del Exit the Dragon, el LP en el que comenzó (para bien) a compartir el mando con su compañero, pero también de piezas más sombrías, en tono y resultado, como Little Vice; por otra lado, la voz del moreno y delgadísimo Nash Kato lleva las riendas en los temas más sosegados, herederos directos de Bottle of Fur y View of the Rain, dos de las canciones más memorables de la carrera de los de Chicago, que aquí encuentran dignos pero demasiado obvios sucesores en Poison Flower, She’s my Ride y, sobre todo, la excepcional Thought Ballon («podrías ser mi bocadillo de pensamiento»: tomando como referencia la vara de medida de «como una botella de piel que pierde su aroma», queda más o menos a la par).
¿Ha merecido la pena? En términos arqueológicos, sin duda, dado que estos temas podrían pasar perfectamente por descartes de los dos álbumes que los catapultaron, casi simultáneamente, a cierta fama y al abismo. Sin embargo, la perspectiva de que no ha transcurrido el tiempo, de que están haciendo exactamente lo mismo, ni mejor ni peor, que hace dieciséis (¡dieciséis!) años, dentro de un contexto musical (e, inevitablemente, social) completamente distinto, convierte el experimento en un fracaso si pretende ser tomado en serio (y, aunque la ironía suponga una de sus señas de identidad, el disco está realizado con un mimo exquisito que descarta de inmediato que no hayan depositado todas sus fuerzas en su concepción) como propuesta contemporánea. La postura adecuada es, bien suponer que este material procede, efectivamente, de hallazgos en los cajones del estudio donde se grabó su anterior larga duración, bien que Mahoma acuda a la montaña e introducirnos en una máquina del tiempo para escuchar esto mientras nos tomamos una Cherry Coke y vemos a Indurain dejar a todos de rueda en La Plagne.
Tracklist
01 – Mason/Dixon
02 – Rock & Roll Submarine
03 – Effigy
04 – Poison Flower
05 – Little Vice
06 – Thought Balloon
07 – Quiet Person
08 – She’s my Ride
09 – End of Story
10 – The Valiant
11 – Niteliner
12 – Touch to a Cut
Nota: 5/10
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1 comentario en “Urge Overkill – Rock & Roll Submarine (UO Records, 2011)”
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