La crisis tiene una parte mala, es verdad, no lo niego; que si los cinco millones de parados, que si el drama de las hipotecas o los recortes sociales para que el país no entre en bancarrota. Una vez dicho esto, pasamos a la parte buena: los desempleados tienen una oferta excelente para entretenerse mientras los rechazan en todas las ofertas de Infojobs.
Los festivales para gente con clase, como el Primavera Sound o el FIB, observan el brote como setas de alternativas que ofrecen un cartel sin tanta vitola, pero con un precio que juega en otra liga.
Uno de estos festivales low cost, el Heineken Día de la música, se celebró durante el pasado fin de semana en el recinto madrileño del Matadero, por un módico importe de 24 euros por los dos días o 15 por cada jornada, a años luz de los más de 150 que cuesta un abono para los festivales punteros, a cambio de sacrificar a Jarvis Cocker y Julian Casablancas en favor de Russian Red y el pavo de Vetusta Morla. Pues habrá que vivir con ello, qué le vamos a hacer.
Cuando los ventiladores pusieron a ondear el flequillo de Guille Mostaza, todas las dudas sobre la identidad del grupo tras el notable giro en su carrera que supone su cuarto disco, Cardiopatía severa, se despejaron. Ellos siguen siendo los mismos que alentaban otro tipo de conjeturas en los tiempos del Lo tuyo no tiene nombre (de los que nos separan ya diez años: si a alguien le apetece suspirar con aquello de cómo pasa el tiempo de rápido, este es su momento), por mucho que hayan sustituido la caja de ritmos por la Orquesta sinfónica de Bulgaria.
El flequillo de Guille Mostaza rodeado de cosas y gente.
Su regreso, tras cinco años de vagar por el desierto, había sido recibido también con mucho escepticismo y decenas de comentarios maliciosos en los blogs de referencia a propósito de versos como el famoso «invito a tu madre a cordero a la brasa» que se encuentra al comienzo del single con el que presentaron aquel trabajo, Lo dejas o lo tomas. Absurdo era reivindicar a un supuesto grupo libre de ripios que realmente nunca había existido, como demuestran precedentes tan significativos como la «inglesa hora del té» (Algún detalle), y se demostró cuando el tema del cordero fue uno de los más coreados, pero no menos paradójico resulta renegar de este ligero viraje, cuando el resultado sigue siendo Guille y Santi, rodeados de otra gente, gestando himno tras himno instantáneo.
Del último álbum, que copó el setlist, lo más celebrado fue el tríptico que componen Hasta el final, Justicia cósmica y Cerca, especialmente la primera de ellas, cuya calidad de hit sin nada que envidiar de las obras más conocidas de dúo resulta cada vez más unánimemente aceptada. El espacio para clásicos lo ocuparon En tu lista, Algo muy grande (elección más que discutible: difícilmente nadie la considerará lo más representativo del Ni lo sé, ni me importa), la del cordero y Nada más puro.
A Algora le tocó bailar con la más fea, en el minúsculo escenario UFI ante muy poquita gente, y eso ya contando a toda su familia y allegados, que componían todos juntos un tercio del aforo. Su Galimatías tiene muy pocos defensores, pero eso no impidió que fuese el álbum dominante en su show, donde solo quedó espacio para tres piezas del reivindicadísimo disco debut: Viaje a San Francisco, David (cuya explícita letra se hace aún más poderosa con el autor interpretándola en algo parecido a una cena de Nochebuena en casa de los Algora) y la inevitable Paraaguas, recitada con una fuerza bien distante de los susurros del álbum, quizá como forma de proclamar el aquí estoy yo en un momento de su carrera en el que no se le está haciendo justicia, del mismo modo que quizá se exageró anteriormente, lo que ha provocado que la caída sea más fulminante. Crisis, por cierto, agravada por el despiste de la organización, que cortó el sonido justo cuando comenzaba el mencionado himno, aunque, afortunadamente, rectificara a tiempo y permitiese la redención del artista. Volverá por sus fueros: al tiempo.
Miras hacia atrás por si te sigue el neonazi, pero es Algora en bermudas.
Lo de colocar a las siete de la tarde y bajo un sol de justicia a Toro y moi se puede entender como una especie de broma siniestra de la organización, que, afortunadamente, les salió mal: incluso con la mano ocupada haciendo de visera, el pop electrónico indescriptible de Chazwick Bundick logró derribar todas las barreras para ofrecer un espectáculo que, si bien no suscitó sobre el público el efecto que se podría haber alcanzado con una programación coherente que los situase en la madrugada, sí exprimió al máximo las píldoras de psicodelia que inundan sus dos álbumes, aunque el set tomase más del segundo que del inicial, empezando con New Beat, cerrando con una Elise que se confirma como máximo absoluto en su carrera, y colocando por el medio bromas como How I know, nada menos. Que se dice pronto.
El señorín de la izquierda, donde lo veis, mueve todo el Toro y moi este.
Luego vinieron unos The Pains of being Pure at Heart que me tocó otear más que seguir, para los que poco puedo salvo apuntar el entusiasmo con que los recibió un público que iba creciendo y creciendo, pero no por su causa, sino porque la noche la cerraba Vetusta Morla, auténtico cabeza de cartel para el nicho de mercado al que apunta el festival y que congregó, según cuentan las crónicas, a quince mil asistentes. Me limito a certificar las kilométricas colas con las que me crucé mientras abandonaba el recinto.
A mí no me veréis tarareando Copenhague.
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Wow, buena crónica. Lo que no me queda claro es lo de Vetusta. ¿No te molan? Encajan bastante en tus gustos, a simple vista. :P
Cómo te atreves…
Porque la ignorancia es muy atrevida.
Vetusta Morla, como ya ha ocurrido con otras bandas antes (el ejemplo del que más se tira son Los piratas) hace de la indefinición su discurso, colocándose a medio camino entre el indie y el mainstream, de manera que puedan recibir tanta atención de Los 40 como del Mondo sonoro.
Esa cobardía les granjea el rechazo desde los extremos, pero también define su target sobre un espectro cuyo abanico abarca a casi toda la sociedad, lo que se traduce en esas 15.000 personas, donde está representado casi todo el mundo.
Y el cantante se llama Pucho. Por si quedaban dudas.
Loving Guille Mostaza. Buena crónica, por cierto :)