Aunque las oportunidades no me han faltado, tanto para presenciarlo en directo (han actuado hasta en fiestas de Gijón, hace ya más de un lustro, con un público compuesto en su mayoría por gente que pasaba por allí), como para ejecutar el clic que me separa de la respuesta en streaming, jamás he visto un concierto de Ladytron. Y aunque no tengo constancia de la manera en que afrontan las tablas, siempre que escucho alguno de sus temas los visualizo como una suerte de robots encima del escenario, a la mitad del tortuoso camino que separa a Kraftwerk de Nacho Canut. Como cuando uno se enamora platónicamente, seducido de manera implacable por la voz de un locutor de radio, ese concepto es una de esas batallas que la realidad deja ganar a la imaginación, para evitar el desengaño, para no despertar al sonámbulo.
Se ve que están de moda las portadas que juegan con la geometría.
Cuando Claire Fisher, la repelente hija de la fúnebre familia alrededor de la que gira A dos metros bajo tierra y también su personaje más memorable, alcanzaba una efímera fama dentro del microcosmos de la bohemia californiana merced a sus supuestamente rompedores collages sobre rostros humanos, se introducía acto seguido una de las paradojas del arte, especialmente en lo que se refiere al contemporáneo: los mismos críticos del tres al cuarto que la habían aupado a los altares por la originalidad de su obra la sepultan a la fosa del olvido por seguir haciendo exactamente lo mismo. Cambiar para que nada cambie, en palabras de Lampedusa y reciclarse o morir, como rezan muchos manuales de autoayuda new age.
La repetición constituye un arma de doble filo que se resume en un sintagma tan ambivalente como “lo de siempre”, abordado en ocasiones como matiz positivo de retorno a los orígenes, de recuperar la savia que alimenta ese corpus, en otras acompañada del dedo que apunta y acusa al artista de haberse dejado el piloto automático activado para ingresar sus buenas perrillas con el mínimo esfuerzo.
El cuarteto inglés, consciente de los peligros del encasillamiento, cuyo mero presagio le da carta blanca al crítico para despachar los subsiguientes trabajos de un grupo con auténtica desidia, trata de reinventarse (sé que si hubiese que quedarse con una palabra que identificase al tan criticado como aberrante y machista suplemento de moda de El país, este verbo sería una elección más que afortunada) en cada uno de los pasos que da desde que pegó el petardazo, diez años atrás, con un Light & Magic que servía de envoltorio para himnos de la década que comenzaba tan indiscutibles como Seventeen: sin desviarse excesivamente de la fórmula original, en Witching Hour sobreproducían un poco más donde aún quedaba margen (que, desde luego, no era en el segmento vocal), mientras que en el desapercibido Velocifero invertían la maniobra, dejando el armazón todo lo desnudo que cabe cuando hablamos de electropop.
Esta última entrega no vira el timón ni hacia el territorio de los aforismos axiomáticos (la citada Seventeen) ni hacia la renuncia a la posteridad en favor de la inmediatez de la pista de baile (Destroy everything you touch), sino que se decanta por una solución más descriptiva, dentro de lo que se adscribe de manera genérica al mundo de la creación de atmósferas, a cual más gélida, algo que se aprecia de un simple vistazo a los títulos de los temas: un elefante blanco, oro blanco, hielo que se derrite o un palacio en la Luna.
Aunque la jugada conceptual les suponga que ninguna de las canciones que componen el álbum vaya a aparecer en las listas de mejores temas del año y que las discotecas que pinchen esto se vayan a contar con los dedos de una mano, aún hay espacio para temas que brillan con una tenue luz propia dentro del conjunto, como ese Moon Palace donde las voces de Helen y Mira edifican progresivamente un universo de estética casi heavy o el elegido como primer single, Ace of Hz, lo más parecido a un hit que contiene este disco, que cuenta como cimiento con una base en forma de helicóptero (Como un aviador, de Family, aparece de manera tan inmediata como inevitable en la mente de uno) para un no excesivamente afortunado jueguecito de palabras que confunde deliberadamente al as de corazones con el de los hercios.
De todas maneras, y aunque sorprenda, la verdadera esencia de Ladytron ya no se encuentra en las voces, sino que ese todo desangelado (para bien) es producto en su mayor parte de los esfuerzos desde los sintetizadores, como se comprueba en los temas instrumentales a los que se otorga un peso específico. Hablo de Ritual, sobre todo, pero también de Transparent Days, e incluso del corte que cierra la obra, Aces High (que comparte título con un famoso tema de nada menos que Iron Maiden: ¿otra referencia, ya menos sutil, al heavy metal?) o, lo que es lo mismo, Ace of Hz despojada de las cantantes, que sirve como prueba fehaciente de que esto funciona igual (de bien, si se quiere) con ellas o sin ellas.
Tracklist:
01 – White Elephant
02 – Mirage
03 – White Gold
04 – Ace of Hz
05 – Ritual
06 – Moon Palace
07 – Altitude Blues
08 – Ambulances
09 – Melting Ice
10 – Transparent Days
11 – 90 Degrees
12 – Aces High
Nota: 6/10
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