Lo que sigue es una crítica redactada desde el amor, pero sin obnubilación que valga. No encontraréis en ella comedimiento, pero tampoco una adoración ciega: este es un disco que requiere todos nuestros sentidos.
Del mismo modo que en el preciso instante en que se presentó la lista de películas que compondrían la selección oficial del Festival de Cannes que toca estos días a su fin supimos a ciencia cierta que el nuevo trabajo de Hong Sang-soo, In another Country, contaría con el beneplácito unánime de la crítica, cuando Beach House anunció Bloom como continuación para su aclamadísimo Teen Dream, nos vimos obligados a acoger como axioma que no solo se alcanzaría el casi insalvable listón marcado por el predecesor, sino que se superaría con notable holgura a través de un salto sin relación alguna con las fintas de sus contemporáneos, recuperando el testigo de Dick Fosbury (que no, afortunadamente y si se me permite el aparte, el de quienes confunden el camino de la innovación con el circense, como Miguel de la Quadra y su tristemente famoso lanzamiento de jabalina).
Con su cuarto álbum insisten en una progresión siempre creciente y nunca monótona que, de seguir así, los llevará en su próximo trabajo a salirse de la tabla por arriba, dado que esto es la perfección, el disco absoluto que nos obliga a rediseñar los marcadores electrónicos para anunciar un diez que bebe directamente del de Nadia Comaneci; pero es que Teen Dream también lo era. Con cada nuevo lanzamiento de los de Maryland, el metro de platino iridiado debe sufrir una nueva revisión al alza para actualizar el patrón a los estándares que ellos se ocupan de diseñar.
A menudo se considera al cine arte total, dado que puede utilizar en beneficio propio lo pictórico, lo musical, lo literario o lo arquitectónico, una especie de superarte que aglutina a todos los demás y que además exige la atención absoluta del espectador. La contemporaneidad deshace esta concepción en ambos sentidos: mientras que cineastas como James Benning construyen obras que uno puede degustar periódicamente mientras piensa en sus cosas, Beach House recorre el camino inverso y construye un universo como el de Bloom que absorbe desde el primer momento a quien se expone a su influjo e impide la labor de la música como acompañamiento, otorgándole un rol protagonista.
Publicado en plena época de exámenes universitarios, el boletín de notas de los pobres diablos que hayan pretendido estudiar con Bloom “de fondo” dará fe de esta circunstancia, del mismo modo que existen sospechas más que fundadas de que el hilo musical del despacho de Goirigolzarri lo reproduce en bucle.
Sin cortes de relleno, sin oscilar dentro de la perfección, desde los compases iniciales en que nos sumergimos progresivamente en Myth, primero con la percusión y la guitarra de Alex Scally, más tarde ya cerrando el círculo y entrando en combustión definitiva con la inclasificable voz de Victoria Legrand, hasta que llegamos a los casi siete minutos del corte de cierre, Irene, que empieza como un colofón menor y que acaba por desembocar en la grandilocuencia en cuanto llega el riff.
Diez pistas que ponen la piel de gallina y diez posibles singles, de los que van ya dos: la propia Myth y Lazuli, y a los que ojalá siga la tan enigmática como bellísima (comodín que sirve para referirse a cualquiera de las canciones de Bloom, evidentemente) The Hours. Hasta dentro de la perfección tenemos preferencias y nos encanta elegir.
Tracklist
01 – Myth
02 – Wild
03 – Lazuli
04 – Other People
05 – The Hours
06 – Troublemaker
07 – New Year
08 – Wishes
09 – On the Sea
10 – Irene
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