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Hola, qué tal. Yo bien, aquí, tirando. Pero hablemos de música. Me molan los grupos chulos; los otros ya algo menos. Diría que eso lo resume todo con respecto a mí: ahora habladme de vosotros.

Ladytron – Gravity the Seducer (Nettwerk, 2011)

Aunque las oportunidades no me han faltado, tanto para presenciarlo en directo (han actuado hasta en fiestas de Gijón, hace ya más de un lustro, con un público compuesto en su mayoría por gente que pasaba por allí), como para ejecutar el clic que me separa de la respuesta en streaming, jamás he visto un concierto de Ladytron. Y aunque no tengo constancia de la manera en que afrontan las tablas, siempre que escucho alguno de sus temas los visualizo como una suerte de robots encima del escenario, a  la mitad del tortuoso camino que separa a Kraftwerk de Nacho Canut. Como cuando uno se enamora platónicamente, seducido de manera implacable por la voz de un locutor de radio, ese concepto es una de esas batallas que la realidad deja ganar a la imaginación, para evitar el desengaño, para no despertar al sonámbulo.

Gravity the Seducer

Se ve que están de moda las portadas que juegan con la geometría.

Cuando Claire Fisher, la repelente hija de la fúnebre familia alrededor de la que gira A dos metros bajo tierra y también su personaje más memorable, alcanzaba una efímera fama dentro del microcosmos de la bohemia californiana merced a sus supuestamente rompedores collages sobre rostros humanos, se introducía acto seguido una de las paradojas del arte, especialmente en lo que se refiere al contemporáneo: los mismos críticos del tres al cuarto que la habían aupado a los altares por la originalidad de su obra la sepultan a la fosa del olvido por seguir haciendo exactamente lo mismo. Cambiar para que nada cambie, en palabras de Lampedusa y reciclarse o morir, como rezan muchos manuales de autoayuda new age.

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Toro y Moi – Freaking out (Carpark Records, 2011)

En ocasiones precedentes he divagado sobre la ruptura de esquemas que suponen internet y/o la piratería en la manera no solo en que la industria musical edifica su negocio sino, lo que nos influye directamente, en el modo en que los artistas conciben su relación con el público. En otras palabras: que se acabó lo de lanzar disco en el año N, girar hasta el año N+1 y dedicar los siguientes doce meses a preparar una continuación que llega a las estanterías en N+2. Hay que estar en todos los sitios a la vez, constantemente, no cabe duda, pero parece que Chaz Bundick, el cerebro y las gafitas detrás de Toro y Moi, se ha tomado mis consejos a la tremenda.

Dos discos en los dos últimos años: el Causers of this, que constituyó el paso decisivo, de las 7″ a la larga duración, en la carrera de todo creador electrónico, seguido por Underneath the Pine, una consagración que llegaba cuando todavía no nos habíamos repuesto de su tarjeta de visita. Hasta ahí lo podemos dejar en que el chico es prolífico, pero es que, además, no ha parado de sacar remixes del horno, de lanzar cositas con su heterónimo principal o bajo los de sus proyectos alternativos Sides of Chaz y Les Sins. Y de presentar sus obras en directo, faltaría más, recorriéndose, sin pausa, todo el globo, lo que ha incluido nuestro país en múltiples ocasiones, con la presencia de este blog.

Para cerrar el período a lo grande, Chaz nos deja un EP, Freaking out, que por su proximidad al segundo LP podría afrontarse como colección de dignos descartes, pero que, sin embargo, no solo está a su altura, sino que lo supera en varios planos, especialmente como colección de canciones. De los cinco cortes en que consiste, todos cumplen a la perfección tanto el papel de psicodelia evocadora que caracteriza la obra de Bundick (se podría extrapolar al mundo de la música lo que explicaba en una conferencia el malditísimo cineasta Paulino Viota a propósito de Ruhr, de James Benning, construida con planos de chimeneas que despiden humo de manera intermitente: es un tipo de arte que no requiere tu atención constante, sino que prefiere salpicar con pinceladas que te hagan reflexionar todo el rato casi sin darte cuenta), pero cuatro de ellos (descarto Sweet, que funciona como transición desde los discos precedentes hasta el punto actual), sin abandonar ese papel, lo trascienden y logran cumplir también a la perfección el papel de maravillas pop. El humo de colores toma formas identificables que podrían incluso llamarse estribillos.

Toro y Moi - Freaking out

Un Sol abisal crea sombras en el techo. 

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The Go! Team – Rolling Blackouts (Memphis Industries, 2011)

Al cabo de un año se publican infinidad de discos debut y, por voluntad que uno le ponga, e incluso filtrando solo por aquellos presentados por la prensa especializada como la next big thing definitiva, se le presentan sobre la mesa centenares, miles de obras, algo inabarcable. Entre lo que se me escapó durante 2004 se encuentra Thunder, Lightning, Strike, la carta de presentación de The Go! Team que no descubrí hasta que, acabado el año, José Luis Cienfuegos, director del Festival de Cine de Gijón, la eligió en la típica encuesta de prensa para cerrar el año como mejor disco de ese período. Y vaya si mereció la pena hacerle caso. ¿Que a vosotros qué os importa esto? Más bien poco, imagino, pero mi psicólogo me recomienda que le cuente este tipo de cosas a alguien que no sea él.

Dejando para otro momento mi tesis «si el autor en el ámbito del cine es el director, en música lo ha de ser, por fuerza, el productor» y los palos que me caerán merecidamente, lo cierto es que aquí no se puede hablar directamente de una banda, sino del trabajo de un orfebre, Ian Parton, que confeccionó empleando samples el primer álbum, para acabar recurriendo a músicos y vocalistas al aparecer la necesidad de defenderlo de alguna manera en directo (un caso similar, el de la banda imaginaria, al que marcó la primera época de La casa azul, pero que el genio de Guille Milkyway, al que todo apunta que tendremos con nuevo disco en poco más de un mes, resolvió de la manera opuesta: llenando él solito el escenario, salvo cuando la gala pre-Eurovisión lo forzó a acompañarse de bailarinas), y que para los dos LP que lo siguieron ya contó, además de con grupo, con colaboraciones episódicas de figuras de la música.

La labor de Parton consiste en volcar dentro de la licuadora todos los géneros musicales concebibles y preparar un batido digerible, al menos para los estómagos preparados. Este collage abarca desde el hip-hop hasta el pop (lo que no es decir mucho, habida cuenta de la ligazón que une cada día más ambos estilos), pasando por la banda sonora y la música de anuncio, papel este último que cumple a la perfección: aunque penséis lo contrario, os resultará imposible escuchar «por primera vez» un disco de este conjunto, dado que reconoceréis más de un tema que ya habéis escuchado previamente en algún spot.

The Go! Team - Rolling Blackouts

La colmena más animada desde la de Don Camilo.

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Low – C’mon (Sub Pop, 2011)

El mundillo de las publicaciones (de la revista más seria al fanzine más piojoso, rango en el que dejo a vuestro criterio que nos situéis a nosotros) dedicadas a la crítica, con independencia de que se apoyen en uno u otro arte, puede resultar un misterio visto desde fuera, pero, para el lego, se puede resumir de una forma harto comprensible si le explicamos el detalle de que la responsabilidad de evaluar una y otra obra no se asigna de manera aleatoria; es más: salvo excepciones, no interviene la figura de un redactor jefe para repartir el trabajo, sino que son los plumillas los que reclaman para sí a los artistas que tienen en su punto de mira. Y este interés viene, salvo por los contados casos en que se quiere construir una determinada teoría tomando como punto de partida un determinado trabajo, porque se sigue con interés la carrera de ese autor o bien porque se detesta todo lo que lo rodea y lo que se pretende es colocarle los puntos sobre las íes. Explicado de forma aún más gráfica: comerle la polla o darle por el culo. Y yo a Low vengo a comerle la polla bien comida, como está mandado.

No voy a dármelas de experto en la obra de los de Minnesota, en la que tendría que pasar de puntillas por el segmento de mayor extensión, el correspondiente a los años noventa, y a la que llegué, como la mayoría, a través de The Great Destroyer, pero, medio año (período que incluye el plantón, del que no dejaré de arrepentirme hasta que consiga verlos en directo, que les propiné en el pasado Primavera Sound en favor de Belle & Sebastian, por una de esas coincidencias que te destrozan el alma y que son el día a día de estos festivales con mastodóntico cartel) después del lanzamiento de C’mon, el álbum ha alcanzado ya, por méritos propios, un lugar destacado dentro de la estantería de los clásicos contemporáneos.

Low - C'mon

Mimi Parker petándolo en la portada del disco.

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Cults – Cults (In the Name of, 2011)

Ante una nueva banda que llega acompañada del suficiente ruido mediático (entendido esto no como que te radien en Los 40, sino en forma del apoyo de NME, Pitchfork y compañía), lo que prima es la inmediatez, el cubrir la quiniela en la que solo cabe el 1 o el 2: en uno u otro sentido, pero decantarse antes que el de al lado, y de manera más vehemente que nadie. O son lo mejor que ha pisado jamás un escenario (aunque el público más numeroso con el que hayan contado sean su padre y su hermana, mientras grababan la maqueta en su habitación con el Garageband), o son síntoma y causa de todos los males de la música contemporánea.

Transcurridos cerca de cuatro meses desde la publicación del homónimo primer largo de Cults (a su vez, culminación de un año largo de expectación del mundillo tras las pinceladas de su talento que iban dosificando para no quemarse antes del lanzamiento, y que gozaron del megáfono de, especialmente, la citada Pitchfork, que les colocó la tan deseada etiqueta de Best new track con Go outside) y, por tanto, descartada ya la baza de la prontitud, toca el balance, la memoria histórica, la genialidad que se te ocurre para responder a un desplante cuando ya hace media hora que estás de vuelta en casa.

Cults

Mover el esqueleto.

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