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Beach House – Bloom (Sub Pop, 2012)

Lo que sigue es una crítica redactada desde el amor, pero sin obnubilación que valga. No encontraréis en ella comedimiento, pero tampoco una adoración ciega: este es un disco que requiere todos nuestros sentidos.

Del mismo modo que en el preciso instante en que se presentó la lista de películas que compondrían la selección oficial del Festival de Cannes que toca estos días a su fin supimos a ciencia cierta que el nuevo trabajo de Hong Sang-soo, In another Country, contaría con el beneplácito unánime de la crítica, cuando Beach House anunció Bloom como continuación para su aclamadísimo Teen Dream, nos vimos obligados a acoger como axioma que no solo se alcanzaría el casi insalvable listón marcado por el predecesor, sino que se superaría con notable holgura a través de un salto sin relación alguna con las fintas de sus contemporáneos, recuperando el testigo de Dick Fosbury (que no, afortunadamente y si se me permite el aparte, el de quienes confunden el camino de la innovación con el circense, como Miguel de la Quadra y su tristemente famoso lanzamiento de jabalina).

Con su cuarto álbum insisten en una progresión siempre creciente y nunca monótona que, de seguir así, los llevará en su próximo trabajo a salirse de la tabla por arriba, dado que esto es la perfección, el disco absoluto que nos obliga a rediseñar los marcadores electrónicos para anunciar un diez que bebe directamente del de Nadia Comaneci; pero es que Teen Dream también lo era. Con cada nuevo lanzamiento de los de Maryland, el metro de platino iridiado debe sufrir una nueva revisión al alza para actualizar el patrón a los estándares que ellos se ocupan de diseñar.

A menudo se considera al cine arte total, dado que puede utilizar en beneficio propio lo pictórico, lo musical, lo literario o lo arquitectónico, una especie de superarte que aglutina a todos los demás y que además exige la atención absoluta del espectador. La contemporaneidad deshace esta concepción en ambos sentidos: mientras que cineastas como James Benning construyen obras que uno puede degustar periódicamente mientras piensa en sus cosas, Beach House recorre el camino inverso y construye un universo como el de Bloom que absorbe desde el primer momento a quien se expone a su influjo e impide la labor de la música como acompañamiento, otorgándole un rol protagonista.

Publicado en plena época de exámenes universitarios, el boletín de notas de los pobres diablos que hayan pretendido estudiar con Bloom “de fondo” dará fe de esta circunstancia, del mismo modo que existen sospechas más que fundadas de que el hilo musical del despacho de Goirigolzarri lo reproduce en bucle.

Sin cortes de relleno, sin oscilar dentro de la perfección, desde los compases iniciales en que nos sumergimos progresivamente en Myth, primero con la percusión y la guitarra de Alex Scally, más tarde ya cerrando el círculo y entrando en combustión definitiva con la inclasificable voz de Victoria Legrand, hasta que llegamos a los casi siete minutos del corte de cierre, Irene, que empieza como un colofón menor y que acaba por desembocar en la grandilocuencia en cuanto llega el riff.

Diez pistas que ponen la piel de gallina y diez posibles singles, de los que van ya dos: la propia Myth y Lazuli, y a los que ojalá siga la tan enigmática como bellísima (comodín que sirve para referirse a cualquiera de las canciones de Bloom, evidentemente) The Hours. Hasta dentro de la perfección tenemos preferencias y nos encanta elegir.

Tracklist

01 – Myth
02 – Wild
03 – Lazuli
04 – Other People
05 – The Hours
06 – Troublemaker
07 – New Year
08 – Wishes
09 – On the Sea
10 – Irene

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Best Coast – The Only Place (Mexican Summer, 2012)

El verano de 2010, hace ya casi dos años, nos lo refrescó el debut de los californianos Best Coast, un Crazy for you que sabía a inexperiencia, a ingenuidad, a unos chicos que se pasan la vida en el porche de su chalé bebiendo cerveza, fumando porros y componiendo canciones que no se toman a sí mismas excesivamente en serio. Musicalmente cimentado sobre composiciones sencillas, una producción lo-fi y una voz que se esforzaba más en estar cómoda que en orientarse hacia el virtuosismo, consciente de que lo que muchas veces no alcanzan unos gorgoritos que se extienden a lo largo de varias octavas lo logran un par de “uuh-uuh”.

Oso por gato: mal balance.

La continuación oficial de aquel debut, The only Place, que no llega tras años de silencio, precisamente, sino adelantada a través de gran cantidad de EP, colaboraciones y demás trabajos donde ya se dejaba entrever una tendencia hacia las hechuras actuales, supone una notable evolución hacia una madurez artística donde la niñata Bethany (la Bratty B de uno de los temas del primer álbum) pasa a ser Ms. Cosentino y la rebeldía adolescente deja paso a la crisis de la pérdida de la juventud, como si se tratase de una película de Judd Apatow o su tribu.

Las responsabilidades hay que buscarlas en la producción, detrás de la que se encuentra Jon Brion, que llega desde la otra costa (¿la mala?) para ejecutar un lavado de cara sobre las composiciones de estos chicos (a día de hoy, la propia Cosentino y su inseparable Bobb Bruno: la batería que los acompañaba hasta hace poco, Ali Koehler, se quedó en el camino), que desemboca en unos resultados más que cuestionables, no por el indudable talento de Brion, cuya carrera como compositor (para Paul Thomas Anderson, por ejemplo) y productor (al servicio de Rufus Wainwright y Fiona Apple, entre otros) está fuera de toda discusión, sino por la propia idoneidad de pulir lo que funcionaba mejor cuando uno podía palparlo en toda su aspereza.

Ya desde la misma portada en la que el colorido chillón deja su lugar al blanco y negro y nos privan hasta de Snacks, el gato de Bethany, se intuye la tristeza que reina en casi todas las canciones del álbum, la propia del fin de la irresponsabilidad de la juventud y comenzar a asumir las preocupaciones de adultos que les corresponden por edad pero no por justicia musical.

Incluso en algunas de las composiciones que nos remiten al trabajo que antecede a este y donde realmente se pueden adivinar los orígenes, como Let’s go Home, la letra desdibuja hasta la caricatura el artefacto musical que la sostiene: ¿cómo puede alegrarnos una canción que nos explica que Bethany lo ha visto todo, pero que como en casa en ningún sitio? Una epidemia que no logra alcanzar a The only Place, el tema que abre y da título al álbum, quizá el único que podría haber formado parte de Crazy for you y, por ello, probablemente, elegido como primero de los adelantos de este, donde sí que se conserva el espíritu hedonista con hambre de playa como sinónimo de felicidad y meta del camino de las baldosas amarillas. Uno de los pocos vestigios veraniegos de un álbum así de invernal.

Pero, a pesar de estas excepciones, la tónica viene marcada por cortes como Do you still love me like you used to, en los que Bethany se transmuta en una especie de Kristen Wiig llorándole a su mejor amiga a través de conversaciones interminables en el móvil porque sus compañeras de instituto están todas casadas y ella no sabe qué hacer con su vida: el mismo espíritu del que vienen impregnadas Better Girl (Better Woman) o My Life, por ejemplo. Madurar, qué mala elección.

Tracklist

01 – The only Place
02 – Why I cry
03 – Last Year
04 – My Life
05 – No one like you
06 – How they want me to be
07 – Better Girl
08 – Do you still love me like you used to
09 – Dreaming my Life away
10 – Let’s go Home
11 – Up all Night

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Daniel Johnston

Especial: 5 claves para (intentar) entender a Daniel Johnston

El cantautor más prolífico y trastorner de todo Estados Unidos, Daniel Johnston, es una de las figuras más destacadas de la música independiente. Maestro del casete, gurú del lo-fi e icono del DIY, Daniel lleva más de treinta años de cintas y canciones a sus espaldas y es sin duda toda una leyenda viva.

Daniel Johnston

La barba le da un aire distinguido y algo Bill Murriano, ¿verdad?

Aprovechando la exposición que La Casa Encendida de Madrid ha organizado para mostrar su obra, que incluirá una actuación en directo con la que abre su gira española el próximo 18 de abril, aquí tenéis cinco claves que recogen las bases de su obra, dejando aparte aquellos detalles más escabrosos de su vida, para eso ya tenéis el fantástico documental The Devil And Daniel Johnston de 2005.

1. Laurie Allen: el amor imposible.

La chispa que encendió el fuego. No se puede entender la música de Daniel sin la figura de Laurie, su amor imposible, aquella hermosa chica que conoció en la universidad y que ya por aquel entonces estaba prometida con un trabajador de una funeraria. Él lo sabía, pero era mejor así. Daniel necesitaba un amor imposible, algo que no pudiese alcanzar, algo que lo deprimiese y que acabó por convertirse en su principal fuente de inspiración. Ya en la primera canción de su primer disco, Grievances, de Songs Of Pain, vemos referencias a esta historia y a la funeraria.

Laurie Allen

Si hay algo que Daniel tiene es buen gusto

Otro de los momentos en los que esta historia toma protagonismo es en la primera canción de su siguiente entrega, The What Of Whom. La canción que abre la cinta, Man Obssesed, contiene la esclarecedora frase “la única forma en la que conseguirías que te mirase sería morirte, ¿por qué no te mueres?”. Desde entonces y todavía hasta hoy, más del noventa por ciento de las canciones de amor de Daniel tienen al espectro de Allen flotando por algún lado. Según él mismo, ella inspiró miles de canciones y fue entonces cuando descubrió que era un artista.

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2. Cómics de cabecera: simbología Johnstoniana.

Daniel, como verdadero artista que es y se considera, no se limita a una sola forma de creación si no que abarca varias de ellas. De hecho, empezó grabando pequeños cortos en super 8 antes de grabar sus cintas y algo que ha hecho siempre ha sido dibujar compulsivamente. Obsesionado por los tebeos, Daniel tiene una colección que más de uno envidiaríamos entre cómics del Captián América, Casper, Spiderman y demás héroes contemporáneos. Estos personajes se convirtieron también en una inspiración constante en su música y en su forma de representarla gráficamente, ya que es él mismo el autor de las carátulas de todas sus cintas.

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Pero no solamente ha venerado estos personajes si no que ha creado toda una simbología propia tan personal como su sonido y su forma de ver el mundo: su famosa rana, el ojo del perro muerto, el pez cristiano y el boxeador son solamente algunos ejemplos de su complejo mundo visual.

Comic Daniel Johnston

Un crossover cuanto menos curioso

3. Hola, ¿qué tal? El salto a la fama.

En septiembre de 1983 Daniel graba su cinta más reconocida: Hi, How Are You? que contiene algunas de sus canciones más famosas y su portada más icónica, que seguramente has visto en más de una y más de dos camisetas. El propio Daniel reconoció haber grabado esta cinta durante una crisis nerviosa mientras la promocionaba en el programa de MTV The Cutting Edge en 1985. El programa se pasó por Austin y Daniel no quiso desaprovechar la oportunidad de salir en él. Se organizó un picnic con varias bandas y artistas invitados y Daniel se coló descaradamente hasta el punto de actuar en el programa cuando ni siquiera estaba programado.

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Era una de las primeras veces que actuaba en directo y, encima, lo hacía ante tal audiencia. Además fue una de las primeras veces que Daniel abandonó su eterno teclado para colgarse una guitarra (instrumento que no dominaba en absoluto) para parecerse más a sus ídolos. A partir de ese momento comenzó la Danielmanía: la gente empezó a saber quién era, querían escuchar más sus cintas, ganó concursos de grupos, empezó a tocar más. Aquel chico extraño que trabajaba limpiando mesas en un McDonald’s empezaba a demostrarle al mundo que tenía algo que decir, aunque fuese a su retorcida y alocada manera.

4. Dios.

Nacido y criado en una familia tejana tradicional y por muchas ambiciones artísticas y revolucionarias que tuviese en mente, Daniel no podía escapar a su educación cristiana fundamentalista. La religión es otro de los pilares temáticos de su música de aparición constante. Y aunque la religión siempre estuvo presente en su vida y su pensamiento la cosa empezó a ser preocupante a finales de la década de los ochenta. Daniel era ya una figura reconocida que se mezclaba con lo mejorcito del panorama independiente americano: Sonic Youth, Butthole Surfers y Half Japanese entre otros. Su enfermedad avanzaba, ya no era el mismo de antes, estaba empezando a desdoblarse. Empezó a consumir drogas y ya casi no actuaba en directo. Su obsesión con la religión se convirtió en fanatismo, un fanatismo incómodo y molesto que dejó ver en sus pocas apariciones y que empezó a teñir de blanco puro toda su música y su aspecto.

1990

De blanco y más puro que nunca

Abre la década con su álbum 1990, su disco más evangélico (aunque, quizá más inspirado y mejor grabado de este periodo) que contiene algunas de sus canciones más religiosas y, por otro lado, más hermosas. Vuelve el piano, vuelve la simpleza y las letras se llenan con la palabra Lord y Devil aquí y allá, convirtiéndose en el leit motiv del disco. En 1990 encontramos la que es quizá su canción más famosa, True Love Will Find You In The End.

5. Y el Diablo.

Tanto o más fuerte que su obsesión con Dios fue su obsesión con el maligno. Más que con él como figura, con su presencia entre nosotros. Daniel alcanzó un punto de delirio en el que se creía salvador de todos aquellos que se habían dejado llevar por el Diablo (que éramos todos en realidad, él mismo incluido) y este le dominó por completo. No fueron pocos los escándalos que protagonizó por culpa de esta nueva obsesión y, como es obvio, tampoco fueron pocas las canciones que se llenaron de refencias a ello. Devil Town, Don’t Play Cards With Satan, Held The Hand y otras tantas canciones de su disco 1990 completaban ese fresco a la obsesión por la religión.

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Sus dibujos también se llenaron de referencias al diablo, se dibujaba enfrentándose a éste y saliendo siempre victorioso de la épica batalla. La realidad fuera de sus viñetas no fue tan aragüeña. Daniel tuvo que pasar por mucho más que un simple combate de boxeo contra el Diablo para escapar a sus demonios, pero por suerte pudo alcanzar un punto de equilibrio más o menos aceptable y seguir, a su manera, en la brecha.

The Eternal Battle

Igual de confuso que el boxeador sin mente se encontraba el bueno de Daniel

Dramas psicológicos y personales aparte, la obra de Daniel es sin duda una de las más polémicas y reconocidas del panorama independiente americano, en la que podemos ver una sensibilidad pop y un saber hacer envidiables. No son pocos los artistas que se han mostrado interesados por su obra y que la han versionado y compartido con el mundo, haciéndola más escuchable para aquellos que no toleran tanto el sonido del casete casero. Sobre dónde empezar a escuchar para zambullirse en su trabajo una respuesta fácil sería echar un vistazo a su recopilatorio Welcome To My World de 2006, pero en realidad TODAS sus cintas merecen al menos una escuchadita. Si aún así sois de esos que no toleran ese sonido hecho a mano y carente de toda producción, podéis deleitaros con una de tantas versiones que de su trabajo se han hecho, como ésta de Wilco. ¡Salud y lo-fi!

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Conciertos de su gira española:

– 18 de abril, Madrid, La Casa Encendida (con Wild Honey)
– 19 de abril, Barcelona, Bikini (con The Missing Leech y Esperit!)
– 20 de abril, Valencia, El Loco (con El Faro)
– 21 de abril, Valladolid, Laboratorio de las Artes (con artista invitado)

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Surfer Blood – Tarot Classics (Kanine, 2011)

De todos los grupos que debutaron en 2010 con un sonido algo añejo y de producción en apariencia despreocupada (que, eh, no fueron pocos) Surfer Blood siempre fueron mis favoritos, por dos motivos. El primero: que se nota que detrás de ese nombre hay un grupo de jovencísimos y brillantes músicos que saben lo que están haciendo. El segundo: que detrás de todo eso tienen el Bossanova de los Pixies en vena: el surf, el pop-rock tontorrón, las armonías vocales combinadas con mala leche… y. aunque no siempre, unas buenas influencias pueden ser una gran garantía.

Tarot Classics

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