Una de las escenas más memorables de De la guerre (Bertrand Bonello, 2008) presenta a Mathieu Amalric en un establecimiento funerario, introduciéndose por curiosidad en un ataúd cuya tapa se cierra de golpe, dejándolo encerrado y conduciéndolo a un estado de semivida que, cinematográficamente, se traduce en un fundido en negro que conecta con el amanecer del día siguiente, cuando el dueño de la tienda lo libera de su prisión. De vuelta a este mundo, el protagonista se ajusta las alpargatas y se marcha por donde vino, tan fresco.
Como Enterrado, pero para el público adulto.
El mismo papel que Amalric ejerce dentro del cine de autor europeo lo desempeña Fernando Alfaro en el indie español: el niño atrapado en el cuerpo de hombre, el no sé qué estoy haciendo con mi vida, el outsider que se ahoga en la crisis de la mediana edad (películas y discos sobre la midlife crisis: recordadme que le dedique una entrada en exclusiva a esto, que es un tema como para daros la chapa durante horas, cosa de la que me sé y me sabéis capaz).
Para no caer en el tópico de dedicarle media crítica a su agitada trayectoria que culmina en este La vida es extraña y rara, condensaré en una acotación subordinada explicativa que Alfaro, antiguo líder de Surfin’ Bichos, ahora se presenta, tras matar sucesivamente a Chucho y a sus Alienistas, en un formato muy similar al de toda su carrera, aunque ahora lleve su nombre en exclusiva, de forma simétrica a la carrera de su compañero en la banda primigenia, Joaquín Pascual (aquí acaba la acotación), comienza en la canción que abre (introducida por un corte sonoro de otra película: nada menos que El ángel exterminador) el disco, Extintor de infiernos, encerrado en un ataúd, reflexionando sobre su vida y lo que se le queda en el tintero. En cierta manera, la elipsis de Amalric encuentra su desarrollo en este tema, uno de los más llamativos del disco, dominado completamente por su voz, con piano y guitarra acompañando, sin los estribillos jaleados por guitarras ruidosas que caracterizan a toda su obra anterior y, afortunadamente, al resto de este disco. Si se está uno muriendo, para qué quiere más alboroto, claro.
La portada del disco no ha sido muy celebrada, inexplicablemente.
Una vez que guardamos en la cartera su nueva tarjeta de visita, la pista siguiente nos desvela la realidad: Alfaro sigue siendo el de siempre, y con Camisa hawaiana de fuerza, elegida acertadamente como single, y que ha sonado lo suyo, retornamos al terreno de las metáforas personalísimas (no tanto como las de un Sergio Algora, pero el del manchego destaca en otra liga como uno de los caracteres más definidos del país), las referencias del Trivial Pursuit (la isla de Elba para la locura, Escher para el desconcierto: ya sabéis, como Nicolas Cage en Leaving Las Vegas, de mí arrancaste hombres de Giacometti… estas cosas que suelen dar tanta rabia y de las que él suele salir muy bien parado, al menos comparativamente) o los estribillos para desgañitarse acompañados por riffs muy sucios. Él en estado puro.
En el mismo epígrafe se encuentran otros dos cortes, el Gol psicológico, de nuevo mezcla del frío de la muerte y la depresión contrapuesto al fuego del amor y la pasión, con metáforas no especialmente brillantes sobre el fútbol, que pasaremos por alto (si le perdonamos la letra de Fútbol a Carlos Berlanga, cómo no vamos a hacerlo con esto) y un Hijo de perra demasiado autocomplaciente en su rotundidad, con unos vientos que chirrían incluso dentro del eclecticismo que se respira en todo el álbum.
La variedad llega más en lo musical, donde se tocan todos los palos (si bien es cierto que, al final, son oros, copas, espadas y bastos: por citar dos variaciones, el clave de Los héroes podridos o los coros en Un viaje largo, largo con Nacho Vegas, su compañero en la aventura de la creación de discográfica propia, Marxophone, que se ha estrenado con el presente disco y La zona sucia, del gijonés), que en lo temático, dominado por las obsesiones del autor: la muerte y la vida, el amor y el dolor, metamorfoseadas en miembros que se amputan (El dolor del miembro fantasma), en un conductor borracho que se te lleva por delante (Teléfono de atropellados), hechizándote, o el dolor incurable que se cura, entre aullidos descarnados, con billetes (El último crooner santo, el último lobo).
El ritmo de la vida, cuyo compás se mantiene impertérrito mientras los rayos del sol y las tormentas se suceden, marca el Himno del caminante kamikaze, la penúltima y una de las más emocionantes pistas de este LP, que se cierra inmediatamente después con Sin cobertura, melancólico colofón entre referencias a la tecnología (afortunadamente, más sutiles y racionadas que las de sus desiguales predecesores, Atrapados en la red y Mi correo electrónic…oh!).
Quien se enfrente por vez primera a la obra de Alfaro, difícilmente podrá reconocer en este disco a la misma persona que veinte años atrás estaba detrás de Fuerte!, pero para el que venga siguiendo su obra de continuo apenas se notarán las transiciones que abarcan estas tres décadas en el primer nivel del independiente español. Si queréis citar a Lampedusa, hacedlo, que yo no soy de acabar los refranes. A buen entendedor…
Tracklist:
01 – Extintor de infiernos
02 – Camisa hawaiana de fuerza
03 – Los héroes podridos
04 – El dolor del miembro fantasma
05 – Gol psicólogico
06 – Teléfono de atropellados
07 – El último crooner santo, el último lobo
08 – Un viaje largo, largo
09 – Hijo de perra
10 – Himno del caminante kamikaze
11 – Sin cobertura
Nota: 8/10
Muy buena reseña, aunque cabe una acotación: el álbum de Nacho Vegas se llama «La zona sucia» y no «La zona oscura».
Saludetes.
Efectivamente, Zarcilla: media hora buscando si el extintor era de incendios o de infiernos y al final me equivoco en eso, tiene cojones la cosa.
Ya lo he corregido, muchas gracias.