El reguero de cadáveres en las cunetas que ha ido dejando la resaca de la movida madrileña no menoscaba su condición de centro de masas de la cultura española en democracia, porque, así como se cuentan por centenares los que desaparecieron del mapa (los tan recomendables como hoy olvidados Polanski y el ardor, por ejemplo) o, peor, los que deberían haberlo hecho (el papel de cabeza de turco en este apartado se lo asigno a Santiago Auserón), también son notables los casos de artistas que han sabido reconvertirse y adaptar su discurso a los tiempos cambiantes.
En el caso del estandarte de este período, Pedro Almodóvar, resulta fácil trazar esa transición, el abandono de la astracanada para dar rienda suelta a su pasión por los Stahl o Sirk que llevan toda la vida, crítica tras crítica, persiguiéndolo. En lo musical, esta mutación se traduce en el abandono de las partituras de Bernardo Bonezzi, con un estilo más, digamos, desenfadado y, tras experimentar con grandes nombres y resultados discutibles (Morricone en ¡Átame!, Sakamoto en Tacones lejanos) o abandonar el score en favor del formato de muestrario de canciones (Kika), unirse profesionalmente a quien, por aquel entonces, era el semidesconocido compositor de un primerizo Médem: Alberto Iglesias.
Este matrimonio se aproxima ya a los veinte años de duración (muy lejos del que liga a John Williams y Steven Spielberg, cuya duración dobla la de este, pero sin apenas parangón dentro del panorama patrio, salvo por las composiciones de José Nieto para el cine de Vicente Aranda), y, con una innegable realimentación (ninguno llegaría hasta donde ha llegado sin la figura del otro al lado), ha logrado el reconocimiento unánime de la crítica nacional, europea e incluso estadounidense, con nominaciones a los Oscar para ambos, que el manchego ha llegado incluso a materializar, por no hablar de los nueve premios Goya, nueve, del donostiarra, figura de referencia de la composición para películas, del mismo modo que Almodóvar lo es de la realización. Las analogías con los autores de Parque jurásico son interminables.
Un score de Iglesias.