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Hola, qué tal. Yo bien, aquí, tirando. Pero hablemos de música. Me molan los grupos chulos; los otros ya algo menos. Diría que eso lo resume todo con respecto a mí: ahora habladme de vosotros.

Alberto Iglesias – La piel que habito (2011)

El reguero de cadáveres en las cunetas que ha ido dejando la resaca de la movida madrileña no menoscaba su condición de centro de masas de la cultura española en democracia, porque, así como se cuentan por centenares los que desaparecieron del mapa (los tan recomendables como hoy olvidados Polanski y el ardor, por ejemplo) o, peor, los que deberían haberlo hecho (el papel de cabeza de turco en este apartado se lo asigno a Santiago Auserón), también son notables los casos de artistas que han sabido reconvertirse y adaptar su discurso a los tiempos cambiantes.

En el caso del estandarte de este período, Pedro Almodóvar, resulta fácil trazar esa transición, el abandono de la astracanada para dar rienda suelta a su pasión por los Stahl o Sirk que llevan toda la vida, crítica tras crítica, persiguiéndolo. En lo musical, esta mutación se traduce en el abandono de las partituras de Bernardo Bonezzi, con un estilo más, digamos, desenfadado y, tras experimentar con grandes nombres y resultados discutibles (Morricone en ¡Átame!, Sakamoto en Tacones lejanos) o abandonar el score en favor del formato de muestrario de canciones (Kika), unirse profesionalmente a quien, por aquel entonces, era el semidesconocido compositor de un primerizo Médem: Alberto Iglesias.

Este matrimonio se aproxima ya a los veinte años de duración (muy lejos del que liga a John Williams y Steven Spielberg, cuya duración dobla la de este, pero sin apenas parangón dentro del panorama patrio, salvo por las composiciones de José Nieto para el cine de Vicente Aranda), y, con una innegable realimentación (ninguno llegaría hasta donde ha llegado sin la figura del otro al lado), ha logrado el reconocimiento unánime de la crítica nacional, europea e incluso estadounidense, con nominaciones a los Oscar para ambos, que el manchego ha llegado incluso a materializar, por no hablar de los nueve premios Goya, nueve, del donostiarra, figura de referencia de la composición para películas, del mismo modo que Almodóvar lo es de la realización. Las analogías con los autores de Parque jurásico son interminables.

La piel que habito

Un score de Iglesias.

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TurboRock, sábado @ Escenario Santander (Santander, 03/09/2011)

Cuántos disgustos nos dan las etiquetas: yo soy de rock, yo soy de pop, yo soy de Bic naranja, yo soy de Bic cristal. Uno se pone la camiseta negra y otro la de rayas y ya se convierten en enemigos irreconciliables. Posturas enfrentadas, modos incompatibles de entender la música y la vida. ¿Son realmente tan distintos Los Planetas y los Judas Priest? Oye, pues sí.

Para evitar problemas, surge el territorio del compromiso, el no me voy a mojar, nos damos la mano, quedamos como amigos y aquí no ha pasado nada. Un territorio tan ladino como el del pop-rock abarca, en realidad, al ciento por ciento de la música popular, y es este género, este nivel de zoom tan lamentable, el único que podría englobar todo lo que el TurboRock, celebrado simultáneamente en Santander y Benidorm (algo así como el Summercase, pero más de andar por casa) tenía que ofrecer a los que por una de estas ciudades se pasasen.

Lo primero de la tarde, tras unos Layabouts que tuvieron la desgracia de coincidir con la etapa de la Vuelta de La Farrapona (si Boyero se fuma a la ganadora de Venecia para ver fútbol, a ver si no voy a poder yo pasar de los que vienen más pequeñinos en el cartel por una etapa de las gordas), y que repetiría más adelante, fue Jesse Malin, ahora con The St. Marks Social, que desde unos presupuestos humildes: él con su acústica, más su compañero, bien con guitarra, bien con teclado, logró, con temas extraídos de su último álbum (Burning the Bowery), de obras anteriores (Wendy, Little Star) e incluso con versiones como la que cerró el recital (Bastards of Young, de los Replacements) no ya entretener a horas poco agradecidas, sino erigirse líder de la secta de los malinianos. Entre acertado speech y acertado speech, bajó a la pista para congregar a su alrededor un corrillo con el público arrodillado, postrado ante su carisma y savoir faire, premonición de lo que quedaba por llegar cuando su banda se le uniese.

Jesse Malin

Reverendo Jesse Malin: en Dios confío.

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Urge Overkill – Rock & Roll Submarine (UO Records, 2011)

Los grandes no vuelven porque la economía los apriete, sino por algo tan difícil de sobrellevar como el paso de ser el mejor en lo suyo a formar parte del montón en todo lo demás. Desafortunadamente, para cuando se dan cuenta de esta situación, y salvo excepciones notables (Jarvis Cocker, Lance Armstrong o José Tomás), este regreso, en lugar de reafirmarlos en su talento, les supone una nueva desilusión: el tiempo pesa sobre ellos y ya ni siquiera destacan en su especialidad. Eso en cuanto a los grandes, subrayo, porque los pequeños nunca se llegan a ir, y las causas que invocan de nuevo a los que se encuentran en tierra de nadie se resumen en dos grandes epígrafes: la incómoda sensación de que se han dejado algo en el tintero, que no han desarrollado todo su potencial, o bien que los ahorros acumulados durante su periplo cercano a la élite han acabado en manos de Madoff.

Dado que no dispongo de acceso a los registros bancarios de Urge Overkill, supondré que es más bien la necesidad de continuar un camino truncado de forma incomprensible lo que motiva el regreso a la creación, mediante su Rock & Roll Submarine, de esta banda que jamás llegó a explotar completamente a pesar de tenerlo todo de cara en la primera mitad de los noventa: dos álbumes irreprochables como Saturation y Exit the Dragon, además de la promoción que les brindó el druida Tarantino al incluir su versión de Girl, you’ll be a Woman soon en una de las escenas principales (lo que no es decir mucho: hasta sus títulos de crédito forman parte de la cultura popular y han sido parodiados en infinidad de ocasiones) de Pulp Fiction. Quizá las causas se reduzcan a su indefinición en un período caracterizado por las guerras (que tantas alegrías nos provocaron) entre los desaseados grunges y los pijos britpoperos.

Rock & Roll Submarine

Un submarino amarillo: qué casualidad, oye. Habrá cuadrado así.

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Cantautores eléctricos @ Laboral (Gijón, 27/08/2011)

La etiqueta de cantautor es un marrón de los gordos, de los que llevan aparejadas etiquetas como plomazo y llorón, aunque sea un rol que abarca personalidades tan distintas como las de Ismael Serrano y Albert Pla. Los responsables del centro de arte gijonés Laboral, ubicado en el edificio que alberga la universidad homónima, tuvieron a bien encajar en el género a José Ignacio Lapido, Sr. Chinarro y Nacho Vegas, lo que provocó alguna broma al respecto de Antonio Luque, líder de la segunda de estas bandas, entre canción y canción. De alguna manera tenían que llamar al acto y mejor esto que «Berenjenas encurtidas», digo yo.

Década y media después de su disolución, Lapido, el que fuera líder de la banda granadina 091, ha consolidado su nombre en el espacio del rock clásico, deudor más de, pongamos, Loquillo que de Sonic Youth, por explicar con trazo grueso dónde se posiciona su música: en las antípodas de las dos bandas a quienes entregó el testigo una vez finalizada su participación.

José Ignacio Lapido

Lapido, rock para gente que luego se va de guateque.

Su repertorio venía escogido principalmente desde su último trabajo, De sombras y sueños, publicado hace ya casi un año y del que sonaron, entre otras, Antes de morir de pena, Sueños que dejamos ir, La hora de los lamentos o, esta bastante celebrada por sus fieles, muchos más escasos en número que para Luque y, especialmente, Vegas, Lo creas o no. También tuvo tiempo para rescatar piezas de obras anteriores, como En el ángulo muerto, Cuando el ángel decida volver, Más difícil todavía o La antesala del dolor, que también fue coreada por quienes se la sabían. Al final, agasajó al público con Espejismo nº8, de la banda que lo lanzó a la fama.

Un poco fuera de lugar en este evento, logró salvar la papeleta de abrir cuando aún era de día y la gente estaba llegando, aunque también tuvo la fortuna de que le tocase a él ese momento tan mágico de los conciertos en que la noche cae progresivamente y aparecen los juegos de luces en el escenario.

La visita asturiana de Sr. Chinarro hace un par de meses había dejado un regusto agridulce, pues, a pesar del empeño de Luque y la contrastada calidad de la selección, escucharla en acústico supone un truncamiento notable de todo lo que esos temas pueden ofrecer; por otro lado, lo que entonces dejaba adivinar cierta endeblez del material perteneciente a su último trabajo, Presidente, pasó de sospecha a certeza aquí, puesto que el sevillano, a pesar de haber confeccionado un setlist más que profuso, redujo la presencia del disco desde los nueve cortes de Oviedo a solo seis, conservando los que se salvan de la quema, la estupenda María de las Nieves, el acertado single Vacaciones en el mar, Babieca, que con banda crece hasta un status de joya absoluta, y ya unos escalones por debajo la correcta San Borondón, más dos que siguen estando de más: Una frase socorrida, tontorrona como ella sola y que se había quedado, con razón, fuera en formato acústico, y Una llamada a la acción, que, por expresarlo de forma suave, parece escrita por José María Cano.

Sr. Chinarro

Los acompañantes de Luque marcan la diferencia, aunque se los vea poco.

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Fernando Alfaro – La vida es extraña y rara (Marxophone, 2011)

Una de las escenas más memorables de De la guerre (Bertrand Bonello, 2008) presenta a Mathieu Amalric en un establecimiento funerario, introduciéndose por curiosidad en un ataúd cuya tapa se cierra de golpe, dejándolo encerrado y conduciéndolo a un estado de semivida que, cinematográficamente, se traduce en un fundido en negro que conecta con el amanecer del día siguiente, cuando el dueño de la tienda lo libera de su prisión. De vuelta a este mundo, el protagonista se ajusta las alpargatas y se marcha por donde vino, tan fresco.

Mathieu Amalric en De la guerre

Como Enterrado, pero para el público adulto.

El mismo papel que Amalric ejerce dentro del cine de autor europeo lo desempeña Fernando Alfaro en el indie español: el niño atrapado en el cuerpo de hombre, el no sé qué estoy haciendo con mi vida, el outsider que se ahoga en la crisis de la mediana edad (películas y discos sobre la midlife crisis: recordadme que le dedique una entrada en exclusiva a esto, que es un tema como para daros la chapa durante horas, cosa de la que me sé y me sabéis capaz).

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