Por una mezcla de causas cronológicas y monetarias nunca he asistido a un concierto de Led Zeppelin; por otras razones desconocidas, tampoco me acerqué a ver a Letz Zep cuando acudieron a mi ciudad hace ya dos años. Esta vez preferí que no se me escapase la oportunidad de ver al grupo tributo y, consiguiendo una invitación del promotor del evento en A Coruña (Marcos) gracias al siempre poco agradecido trabajo de mi compañera Scared Queen, me personé en el Playa Club dispuesto a vivir el rock and roll como si fuese 1969. Pero sin drogas. He aquí mi experiencia (sobre el concierto, no sobre las drogas):
Goo Times Bad Times fue la canción elegida para abrir la ya tardía velada, pues pasaban de las 00:30. Lo que más me impactó tras los primeros minutos no fue el excelente parecido de la voz del cantante al del grupo que rinde tributo, sino la ausencia absoluta de vello facial de los integrantes; hecho que quedaba todavía más patente si uno bajaba la vista al también perfectamente afeitado pecho al aire del guitarrista. Y, es que después de todo, Letz Zep ha conseguido algo que ya desearían los nuevos anuncios de la nueva Match Infinito de Gillette: que me sintiese desaseado por mi lampiña barba de dos días.
¿Y por qué os cuento esto, os preguntaréis? Porque es una parte fundamental de la estética setentera que el grupo intentaba transmitir más allá de la música, junto a las obvias vestimentas y a la clásica cara de pardillo del bajista, Steve Turner. Pero este último punto es quizás parte de la puesta en escena del grupo, ya que el silencioso Steve alternaba su bajo eléctrico con las labores al órgano al más puro estilo Led Zeppelin. A mayores, también se encargaba de hacer los coros cuando así se requerían y nos sorprendió sacando un contrabajo eléctrico a mitad del concierto para marcar el ritmo de Bron-Y-Aur Stomp.
Creedme, era realmente difícil no mirar para ese torso semidesnudo.
Sería durante esta última canción mencionada cuando el guitarrista, que entonces ya llevaba varias canciones sentado con una acústica en la que fue probablemente la sección más débil del concierto, comenzó un progresivo interludio en el que a medida que aceleraba el ritmo el público reaccionaba mejor y mejor; tanto furor causó, que decidió continuar con su extenso solo mientras el resto del grupo lo observaba con cara de «ya teníamos que haber vuelto a la canción original». Andy Gray, nuestro Jimmy Page de aquella noche, no solo se limitaba a imitar el sonido, sino que también calcó la instrumentalización empleada. Comenzando con una Gibson Les Paul Standard, cambiando a una Gibson SG, de ahí a su famosa hermana de dos mástiles, a una Stratocaster, a una Danelectro, a la susodicha acústica y hasta a un theremín para la locura en que se convirtió Whole Lotta Love.
Sobre material de baterista no estoy muy puesto, pero sí que os puedo contar sobre el gong que tenía a su derecha, que lo estrenaría en la tercera canción con Black Dog y del que daría buen uso en otras canciones y en el solo que le tocó realizar. Y como de Benjy Reid no os sé contar mucho más, os diré que el cantante, Billy Kulke, lo hizo extraordinariamente bien en el plano musical. Con una voz muy semejante a la de Plant, aunque con una ligera reminiscencia a Ozzy Osbourne, interpretó los éxitos de Led Zeppelin de manera correcta a pesar de tener algunos problemillas con el volumen de su micrófono. Como líder quizás fue un poco más flojo ya que sus chistes y frases en su limitado español no atrajeron mucho la atención del público; lo cual fue una pena, ya que en las partes de silencio o de volumen más bajo del grupo se escuchaba un constante barullo del público proveniente de la zona más alejada del escenario que resultaba realmente molesto, además de bastante exagerado si tenemos en cuenta que no es que el local estuviese especialmente lleno y que cada uno tuvo que aforar unos veinte euros para poder entrar.
Lo que sí que os puedo decir de él es que tenía un pelazo.
Los lectores más avispados se habrán dado cuenta de que, en general, solo he dicho cosas positivas de Letz Zep, por lo que la siguiente pregunta semeja obvia: ¿el concierto fue perfecto? Pues realmente no. No voy a discutir la calidad del catálogo de Led Zeppelin pero, a nivel personal, ciertas partes de la primera mitad del concierto se me hicieron algo pesadas. Por ejemplo, desde la noche del concierto, tengo pesadillas con la interminable In My Time of Dying en las que Robert Plant me persigue gritando «Oh my Jesus!» mientras el riff principal de guitarra suena una y otra y otra y otra vez. Pero quizás sea una manía propia porque sí que disfrute con todos los minutos de Kashmir en el último bis, especialmente significativos porque el Playa Club parecía que nos quería echar antes de tiempo poniendo la versión de Sheryl Crow de D’yer Mak’er.
Cuando finalmente se despidieron tras esa segunda repetición, dos horas y cuarto después de haber comenzado los primeros acordes, mis sensaciones fueron más que positivas. Es probable que este concierto haya sido lo que más cerca esté de ver al grupo original en directo y me creo fácilmente que Letz Zep sea la mejor banda tributo a Led Zeppelin. Y todo esto sin drogas, al menos por mi parte.
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