Ocurre un fenómeno curioso con eso que hemos venido a llamar música independiente o “indie”. La mayoría de las veces utilizamos este término para referirnos a un estilo más o menos concreto, a música que no es, digamos, del gusto del “gran público”: garaje ruidoso y sin rastro de producción, voces cansinas y post-punk trasnochado, electrónica minimalista, etc. Pero indie es un adjetivo que debemos entender en términos de producción, esto es, un grupo es indie cuando trabaja con o para un sello o una discográfica de pequeño tamaño que no se encuentra vinculada a una multinacional (o sus filiales). Por lo tanto, bajo esta denominación podrían caber todo tipo de sonidos, incluidos sonidos de lo más comerciales o, mejor dicho, de lo más accesibles, pero que precisamente por moverse en empresas de menor tamaño, con un modelo de distribución más pequeño o limitado o simplemente con otra estrategia no consistente en la distribución masiva no están petándolo en las radiofórmulas ni en los canales de videoclips (ojo, al menos en España) ni en las listas de ventas. Os presento cuatro ejemplos claros para que nos entendamos.
Matador, una de las mecas del indie actual que ya cuenta veintiún primaveras.
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