Tú estás en la frutería y el mismo viejo que se te ha colado por las buenas, porque es viejo y sabe que la gente no va a protestar, te tiene a ti y a toda la clientela esperando a que acabe su discusión con el dependiente sobre lo caro y lo malo que es todo, no como en su época, que aquello daba gusto. Y odias, pero lo que odias no es al puto viejo, sino la idea de que, en algún momento, durante esa «época», él era tú y que, cuando se termine la tuya, tú serás el puto viejo.
El contexto, las saludes física y mental: la circunstancia determinan el cómo y el hasta cuándo de la época de cada uno. Cuando ganas Tours, te encuentras en el epicentro; si te ves anunciando sobaos, sabes que aquello ya ha pasado y es el momento de sentarse en un banco a esperar que llegue la muerte, que ya has hecho lo tuyo, has colocado el bloque de la pirámide que te correspondía.
Entre las peculiaridades del mundo del arte se encuentra el hecho de que las épocas se llaman etapas y pueden abarcar incluso la senilidad, ahí se encuentra Manoel de Oliveira para demostrarlo, rodando obras maestras a los 102 años (¡y quiera Dios que dure!). La generosidad de críticos e historiadores es tal que el presupuesto de partida, para un autor que se pase toda la vida haciendo lo mismo, sin cambiar un ápice técnica ni discurso, reservan ya un mínimo de tres etapas: iniciática, madurez y tardía.
Echa el freno, Magdaleno: el Jagged mezclado con retales.