Tras la publicación de un disco que ha dejado descolocado a más de uno, los Arctic Monkeys, otrora adolescentes hiperactivos y hormonados ahora convertidos en galantes rockeros, comenzaron su paso por España en el gran Palacio de Los Deportes de la Comunidad de Madrid, el paso siguiente al Vistalegre de su última visita, lo que denota ya de entrada un interés creciente del público y una mayor dimensión del grupo.
Seguramente ya hayáis leído alguna de las crónicas publicadas anteriormente acerca de los directos de Havalina o puede hayáis leído también la entrevista que en su día le hizo uno de nuestros antiguos compañeros al cantante Manuel Cabezalí. Si no es así, quizá os interese saber que el trío madrileño empezó el año dando conciertos en Galicia: el viernes pasado estuvieron en La Iguana Club de Vigo y el sábado en la sala LeClub de A Coruña, donde además de interpretar temas de sus tres trabajos, nos deleitaron también con alguna que otra canción nueva. Y como cantaban aquellos de Mecano: «allí me colé y en el concierto me planté, una Estrella Galicia para todos y algo de comer…» ¿o no era así?
Eran ya cerca de las once de la noche cuando el sonido de una de las cinco guitarras que Cabezalí traía consigo, acompañada en todo momento por un bajo y unos ritmos claros y precisos del batería, comenzaba a envolver a una sala tímida, sin esperarse nada de lo que allí iba a pasar. De manera casi inevitable, la gente empezaba a acercarse cada vez más al escenario y a mover la cabeza a merced del ritmo marcado por los densos acordes del primer tema, Desierto, canción que abre también su último trabajo Las hojas secas, el cual tuvo especial presencia a lo largo de la noche. Tras presentarse y contarnos lo mucho que les gustaba volver (si mi memoria no me falla, era la tercera vez que visitaban la ciudad herculina) empezaron Tu ciudad, otra de las más rockeras y pegadizas del último álbum.
Vals, polka, vals, polka, opereta. Así, uno detrás de otro, para ir aliviando la resaca de la nochevieja, digerir el champán, las copas y el chocolate con churros mañanero. Tal como hicimos en 2010, no hay mejor manera de empezar el año que en compañía de la familia Strauss, padre e hijos, paseando por los jardines y palacios de Viena, sumergiéndonos en el Danubio azul, marchando al pie de la Radetzky Marsch. La majestuosidad de la Großer Saal del Musikverein vienés abrió sus puertas para acoger, un año más, el tradicional Concierto de Año Nuevo a cargo de la Orquesta Filarmónica de Viena que se lleva celebrando en la capital austríaca desde 1939.
El encargado de llevar el timón este año fue el letón Mariss Jansons, que repite tras su andadura por la Sala Dorada en 2006. No dejó que sus problemas de salud influyeran en el Concierto (recordemos que en 1996 casi muere por un ataque cardíaco mientras dirigía en Oslo), y se mostró en todo momento animado, entusiasta y divertido, contagiando el ánimo a los asistentes que demostraron, aplauso tras aplauso y ovación tras ovación, estar disfrutando de uno de los mayores eventos musicales del planeta.
El director letón Mariss Jansons.
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Con ese nombre, Hola a Todo el Mundo no pasan desapercibidos. Llaman la atención lo suficiente como para preguntarse quién demonios son aún antes de escucharlos. Minipunto para ellos, por originales. Investigando un poco, leí que un moderno los describía como los Arcade Fire españoles. «Venga ya», pensé. Pero no pude menos que lanzarme a buscarlos en Spotify. Minipunto para ellos, por ganar mi curiosidad. Los escuché atentamente y oye, algo tenían. Quizás el conjunto heterogéneo de instrumentos, las cuidadísimas armonías de las voces, los aires de otro tiempo, la heterogeneidad de las canciones. No son Arcade Fire, ni Beirut, ni Polyphonic Spree, pero beben de ellos. Recuerdan a muchos grupos y a ninguno. Minipunto y punto para ellos, por parecerse lo suficiente a artistas a los que admiro como para gustarme, pero lo suficientemente poco como para no ser «más de lo mismo».
Somos la alegría de la huerta.
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El pasado jueves 15 de diciembre los jienenses Supersubmarina abarrotaban la Sala la Riviera de Madrid ante la euforia del público y la perplejidad de quien escribe. Cuando hace un par de meses un amigo me propuso asistir a este concierto, me sorprendió que adquiriese las entradas con tanta antelación. Pensé que puede que sean conocidos por hacer pop-rock fácil con ínfulas indies, que hacen música bailable, que tienen buena imagen y un sonido potente, pero en realidad son otros Vetusta Morla de la vida, y no son tan mainstream… ¿no? Por supuesto, me equivocaba. Los chicos de Supersubmarina quizás no hayan tenido tiempo de labrarse una larga trayectoria musical, ni en el fondo sean tan originales, pero estos muchachos, con el orgullo y la ilusión que caracterizan a los que debutan con éxito en el mundo de la música, hicieron sold out en una de las salas más emblemáticas de la capital del reino, rodeados de fans y niñas histéricas que habría esperado en un concierto de El Canto del Loco, pero no aquí.
Qué guapo soy y qué bien me toco
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