El pasado fin de semana tenía lugar en Lorca un festival de heavy metal de conocido renombre a nivel nacional. En él se encontraba lo mejor y más actual de la escena y congregaba a unas 20.000 personas, según los organizadores. Con sus tatuajes, piercings y vestiduras características, llevaban esperando fervientemente desde por la mañana con sus bocadillos de embutido y sus correspondientes cartones de calimocho bajo un sol de justicia. Tras una intensa tarde llena de griterío, guitarras, empujones y alcohol, llegaba lo mejor, el cabeza de cartel, que tocaba ya pasada la una de la madrugada, media hora más tarde de lo previsto. Con el recinto a rebosar y antes de encarar los bises, mientras el grupo entonaba el himno de la banda, una señora de avanzada edad se subió al escenario sorteando con increíble habilidad a los guardias de seguridad que, atónitos, no sabían qué hacer en ese momento. Mientras el guitarrista y vocalista seguía a lo suyo, la señora le tiró de la chaqueta para que le atendiese y con cara de malas pulgas le pidió el micrófono. Por respeto y miedo a partes iguales, el cantante le cedió el puesto y la música cesó. Presumiendo de pulmones y tras un gran berrido llamando por un tal «David», explicó que venía a buscar a su hijo de 34 años, ya que le había dicho que a las doce en casa y aún seguía ahí «haciendo el gamberro».
He aquí la sufrida madre, contándonos lo sucedido