Cuántos disgustos nos dan las etiquetas: yo soy de rock, yo soy de pop, yo soy de Bic naranja, yo soy de Bic cristal. Uno se pone la camiseta negra y otro la de rayas y ya se convierten en enemigos irreconciliables. Posturas enfrentadas, modos incompatibles de entender la música y la vida. ¿Son realmente tan distintos Los Planetas y los Judas Priest? Oye, pues sí.
Para evitar problemas, surge el territorio del compromiso, el no me voy a mojar, nos damos la mano, quedamos como amigos y aquí no ha pasado nada. Un territorio tan ladino como el del pop-rock abarca, en realidad, al ciento por ciento de la música popular, y es este género, este nivel de zoom tan lamentable, el único que podría englobar todo lo que el TurboRock, celebrado simultáneamente en Santander y Benidorm (algo así como el Summercase, pero más de andar por casa) tenía que ofrecer a los que por una de estas ciudades se pasasen.
Lo primero de la tarde, tras unos Layabouts que tuvieron la desgracia de coincidir con la etapa de la Vuelta de La Farrapona (si Boyero se fuma a la ganadora de Venecia para ver fútbol, a ver si no voy a poder yo pasar de los que vienen más pequeñinos en el cartel por una etapa de las gordas), y que repetiría más adelante, fue Jesse Malin, ahora con The St. Marks Social, que desde unos presupuestos humildes: él con su acústica, más su compañero, bien con guitarra, bien con teclado, logró, con temas extraídos de su último álbum (Burning the Bowery), de obras anteriores (Wendy, Little Star) e incluso con versiones como la que cerró el recital (Bastards of Young, de los Replacements) no ya entretener a horas poco agradecidas, sino erigirse líder de la secta de los malinianos. Entre acertado speech y acertado speech, bajó a la pista para congregar a su alrededor un corrillo con el público arrodillado, postrado ante su carisma y savoir faire, premonición de lo que quedaba por llegar cuando su banda se le uniese.
Reverendo Jesse Malin: en Dios confío.
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