Tras las muchas, muchísimas escuchas que toda persona de bien (¿no eres una persona de bien? Nosotros tampoco, era una manera de hablar) le ha dedicado a The Suburbs, que se merece esas y más, habíamos llegado a dos conclusiones: la primera, casi inmediata, que todos los temas eran perfectos y la segunda, que nunca, jamás, nadie, bajo ningún concepto, corearía algo como Rococo en un concierto. Adiós axioma, porque en el que Arcade Fire ofreció el miércoles 13 en el marco incomparable (esta expresión me la ha dictado el becario, tengo excusa) de la explanada ante el Museo Guggenheim, hasta el más pintado cloqueaba con ella.
Todos con la duda, menos mal que nos lo dicen.
Y si con lo menos popular el público entraba en ebullición, no digamos con los lingotes de su carrera, que cayeron todos, bien ordenaditos. De su disco de debut, los tres primeros vecindarios: Laika, para abrir boca, cuando aquello estaba aún al baño María; en el apogeo del espectáculo llegó Tunnels, quizá su pieza más hermosa, y ya hacia el perigeo, antes de los bises, Power out, entre declamada y rapeada por un Win Butler que apenas tenía que esforzarse en agitar la varita para lograr la magia. Con placebos así da gusto.
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