Si el tercer disco se considera tradicionalmente la clave en la carrera de un artista, el segundo día del festival es el que marca el éxito o fracaso del conjunto. En el caso de esta edición 2012 del Bilbao BBK Live, los encargados de cortar el cable azul o el cable rojo eran británicos y se llamaban Radiohead, al igual que la mayoría de grupos que los acompañaban a lo largo del día en los escenarios principales (nótese la diferenciación, la frontera insalvable entre Radiohead y “unos grupos”). ¿Acabó todo con final feliz? ¿Salieron todos, afortunadamente, ilesos, cual vídeo de Impacto TV? Venga, vamos a comprobarlo.
Los entrantes de la tarde nos los comenta el corresponsal de guerra Billy Shears:
Empecé la tarde con Noah and The Whale, un concierto que prometía bastante por lo poco que había escuchado de este grupillo: sol, calor y un poco de pop saltarín para empezar la tarde. Sin embargo la cosa me decepcionó un poco. Aunque en algunas canciones si que se ganaron más al público y tocan más que bien sobre las tablas, el grupo no brilla especialmente por su actitud. Cumpliendo con un recital con los hits más que escuchados de la banda, se me asemejaron a unos Vampire Weekend descafeinados sin pena ni gloria. Bien, pero algo menos de lo que esperaba.
La cosa mejoró con el primer plato fuerte del día: Mumford & Sons. Con un público más que entregado, el concierto comenzó con la sobriedad que les caracteriza, con una seriedad y una actitud muy épica: todos los músicos en fila frente al público, armados de sus instrumentos y sus voces dispuestos a llenar el escenario de folk coral con pegada. Y así fue como se desarrolló el concierto, con una buena ración de temas ya más que conocidos de su primer trabajo y algún que otro adelanto de su nuevo disco. Quizá faltó alguna sonrisa de su líder, Marcus Mumford, que parecía especialmente frío durante la actuación, pero conforme el concierto iba llegando a su fin se fue animando y no faltó la fuerza ni el buen hacer.
Noah and the Whale
Hay dos The Kooks: por un lado, los guitarreros puros que nos llevan directamente con la máquina del tiempo al momento de la década pasada en el que a todo el mundo le parecía una idea de puta madre crear cientos de grupos idénticos dentro de una avalancha post-punk de la que pocos son los que han sabido sobrevivir una vez pinchada la burbuja; por el otro, los que han sabido evolucionar desde aquella situación a una banda que integra la electrónica con buen gusto en la fórmula, para convertirse en algo bien distinto de aquello cuyos resultados son más que aceptables, aunque, dicho sea de paso, tampoco revolucionen el mundo de la música, como tampoco lo hicieron ni pretendieron en su etapa inicial.
El umbral que separa las dos versiones de los (enésimos) ingleses tiene forma de teclado: muerto de risa en el centro del escenario mientras la banda interpretaba los hits de sus dos primeros discos (Naïve, Sofa Song, Ooh La), sin embargo, se convertía en el punto de referencia cuando se abría la puerta a su nueva versión electrónica. Sin embargo, el entusiasmo del público ante unos y otros singles (no es este un grupo que se desmarque con caras B en un festival, precisamente, sino que sabe dar a la gente lo que quiere y cuando lo quiere) era bastante desigual, en favor, ni que decir tiene, de los temas que hicieron famosos por unos meses a la banda.
The Kooks
El camarada Shears, cómo no, también tiene una opinión sobre estos chavales. Y no solo eso, sino que accede a compartirla con nosotros:
Con un toque más roquero continuaban la fiesta en el escenario 2 The Kooks. No pude situarme muy bien para verlo por la aglomeración tras Mumford, pero aún desde algo lejos podía notarse la energía de estos chicos que no dieron tregua en su repertorio. Un público más que entregado se dejó llevar por el pop guitarrero y con garra que desde el escenario nos iban lanzando. Unos habituales ya en varios festivales que siguen dejando buen sabor de boca cada vez que se suben a la tarima.
El hecho de no establecer una pausa sobre el papel entre el concierto del londinense Kieran Hebden, más conocido como Four Tet, y el que lo seguía, que era nada más y nada menos que el de los reyes del festival (que, como había ocurrido con The Cure y pasaría al día siguiente con Garbage, paralizaron también el resto de escenarios) le brindaba a Hebden la difícil labor del telonero, que, en resumidas cuentas, es algo que la mayoría de la gente acude a ver sin mayores expectativas que un temprano final de aquello.
A pesar de los esfuerzos de Hebden agitando la cabeza mientras la noche caía sobre Bilbao, el cuidado y el acierto con el que trazó su sesión o la indiscutible proximidad entre su trabajo y el de los artistas teloneados (con los que ha colaborado en más de una ocasión), la temprana hora imposibilitó que el respetable (el respetable: ¡toma ya!) se involucrase como lo pedía el set, y al artista no le quedó otra que ir engarzando de manera soberbia temas cuyas transiciones servían de recordatorio para mirar el reloj y comprobar cuánto faltaba para que entrasen los siguientes. Tan previsible como injusto.
Four Tet
Tras el telonero llega, por definición, el cabeza de cartel, que no lo era solo de día, sino del festival entero, como confirmó la presencia masiva de un público apelotonadísimo en busca del nombre que justificaba por sí mismo todo el BBK. De una manera similar a lo que comentaba para los Kooks (con los que apenas comparten otra cosa que no sea la nacionalidad), la evolución de Radiohead desde algo como el OK Computer que no se puede identificar con otra cosa que no sea la perfección, sí, que resulta tremendamente personal, también, pero que, al mismo tiempo, lleva una etiqueta “indie rock” (o como queráis llamarlo) del tamaño del Bernabéu, hasta la electrónica marciana de Kid A constituyó un golpe de timón que no estaba causado por la necesidad comercial, sino por la necesidad creativa y desembocó en uno de los debates más encendidos de la historia reciente de la música, entre los que consideraban un error no mantener la fórmula que los había llevado a lo más alto y los que aplaudían la ilimitada brillantez creativa del conjunto.
Aunque a día de hoy ese debate ya esté más que cerrado y los que en su día renegaron de Kid A hayan entrado en el programa de testigos protegidos, dotados de una nueva identidad para escapar del bochorno absoluto, la evolución de Yorke y compañía continúa, reinventándose (el verbo mágico) trabajo tras trabajo y marcando una frontera clara entre sus discos considerados como obras maestras y los que lo serán en el futuro, lo que hace que los Radiohead de 2012 apenas tengan nada que ver con los que alcanzaron el olimpo de la música en los años noventa. Tanto es así, que sus dos primeros álbumes, Pablo Honey y The Bends, no contaron ni con una sola representante en el setlist (tampoco Creep, no, ni falta que hacía); mejor suerte corrió el OK Computer, del que se rescataron (verbo utilizado frecuentemente en estos casos, pero pleno aquí de sentido), ya en los bises, Karma Police y Paranoid Android, que, además de cómo dos de los mejores temas de un álbum inmejorable, sonaron ajenos al resto del repertorio, pero no por ello provocaron un delirio menos notable entre los presentes.
Radiohead
El resto de la hora y tres cuartos de concierto lo ocuparon, de mano, los dos últimos discos, The King of Limbs (Bloom para abrir, la brillantez de Morning Mr Magpie, Feral, Lotus Flower y Give up the Ghost, más la cara B The Daily Mail) e In Rainbows (15 Step, Bodysnatchers, Nude, Reckoner), para abrirse progresivamente al Hail to the Thief (Myxomatosis, The Gloaming, There there), al Amnesiac (Pyramid Song, I might be wrong) y, sobre todo, a un Kid A que, además de contar con su corte homónimo, cerró antes de primer y segundo bis con unas deliciosas versiones de Idioteque y Everything in its right Place, que el tiempo ha convertido en propuestas aún más radicales y orientadas a la electrónica, que dejan el debate y la controversia original en un puro chiste.
Genio y figura en escena, Yorke, a ratos de pie, a ratos intimista (palabra cuya definición de la RAE es “sentado al piano”), acompañaba los momentos en los que no le tocaba cantar de bailes llegados desde los abismos del delirio, así como alguna pausa entre canciones para sacarse de la manga un discurso no demasiado hilado sobre lo mucho que nos robaban los bancos. Bueno. En resumen: ¿quién quiere a Creep o al OK Computer cuando tiene delante a Radiohead?
Por salud mental, acudamos de nuevo al contrapunto de nuestra segunda y más cabal opinión sobre el díptico Hebden-Yorke:
El nerviosismo iba creciendo en nuestros estómagos llenos de mariposillas conforme se acercaba el gran momento, tanto que algunos optamos por una cómoda explanada de césped para aguantar (como pudimos) a Four Tet. Sí, puede que la electrónica en directo no esté hecha para mí, pero el recital de cuarenta y cinco minutos de ritmo en loop con una pequeña variación aquí y dos toques allá no creo que sea para mucha gente. El error se hizo patente en cuanto se acercó el concierto de Radiohead: llenísimo total, imposible abandonar la cómoda explanada que ahora estaba llena de gente más a sus cosas que al conciertazo que los de Oxford se marcaron (y de no poca gente que se apresuró a pillar sitio para Vetusta Morla una hora antes de que empezasen…). Con una dosis justa de su último disco, grandes remembers en Karma Police o Pyramid Song y golpes de efecto con los pelotazos de su anterior trabajo, In Rainbows, las casi dos horas se pasaron volando. Cuando después del bis llegó el gran final con Paranoid Android se sentía en el aire que estábamos ante el verdadero plato fuerte del día. Quizá supo a poco, quizá se habría agradecido un concierto tan mastodóntico como el de The Cure la noche anterior, pero bueno, así no acabamos tan empachados.
Empezaría explicando que no soy nada objetivo con Triángulo de amor bizarro, a los que considero una de las propuestas nacionales más estimulantes de lo que llevamos de siglo, lo que serviría de justificación para que mientras la verborrea entre canción y canción que me resulta sobrera en una amplia mayoría de las bandas me arranque una sonrisa aquí, ya sea cuando les da por lanzarle un viva a Bielsa (Marcelo, controvertido entrenador del Athletic de Bilbao) o cuando se meten sin que nadie los llame en conflictos políticos de los que salen con brillantez cagándose en el partido del gobierno.
Advertiría, digo, el sesgo de mis opiniones ante una banda que adoro, pero se trata, en realidad, de una polarización más que justificada merced al indiscutible derroche de molar que logran con hipérbatos como el insuperable “de Jesús el peinado tener” (El himno de la bala). Ante un público que se moría de ganas de petarlo, pasadas ya las 2 de la mañana (nada que ver con conciertos como el del Primavera Sound del año pasado, a la hora del té, donde todo el mundo hacía lo que podía, pero es difícil derrotar al monstruo de los horarios), además de la citada pista de apertura de su álbum de debut, cayó todo lo que tenía que sonar, lo que incluye hits de calado como El fantasma de la transición, del mismo álbum o De la monarquía a la criptocracia y Amigos del género humano, del segundo y, por el momento, último. Hasta que el tema que adelantaron, que ahora se titula «Follar», pero que en realidad no, como explicaba la locuaz Isabel, que también es cantante y bajista del grupo.
Ante todo este despliegue, solo pueden quedar como divertidas anécdotas que el sonido de la carpa en la que se llevó a cabo el concierto fuese desastroso, sin que se distinguiese apenas la voz, o que el concierto fuese un auténtico visto y no visto (como estaba programado, por otra parte). Ahora seguro que rabiabais mucho si pongo algo del estilo “Galicia calidade” para cerrar sobre estos coruñeses; pero estáis de suerte, porque no lo voy a hacer.
Triángulo de Ramón Pizarro
Para los más valientes a los que el día no hubiese saciado, todavía quedaba una ración de Vetusta Morla, solapada en su parte inicial y que venía a ser lo de siempre: Pucho controlando a las masas con su desconcertante batuta de incomprensibles hits. Pero gustan mucho, vaya si gustan.
Fotos: Musicsnapper & Tom Hagen, menos el fotomontaje memo, que es de Pero vistes bien.
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