En un monólogo (¿tiene más?) de Joaquín Reyes, el humorista manchego se cuestiona a propósito de la previsibilidad del lenguaje periodístico, para el que los aledaños han de ser a la fuerza del estadio, un marco tiene lo incomparable por única característica y el rey es campechano. Aumentando la lista, y situados en la piel de plumillas, ¿qué diríais que ha hecho Madonna con motivo de su último trabajo, que lleva por título MDNA? ¿Cambiar para que nada cambie? ¿Ponerse al día, quizá? No, joder: reinventarse. La Ciccone (sí, citar su apellido original es también una cita obligada) se reinventa álbum tras álbum, algo de lo que es consciente hasta el punto de haber titulado así, Re-Invention, una de sus giras.
¿En qué consiste exactamente esta fórmula de la eterna juventud? Ni más ni menos que en franquiciar la marca Madonna, que más allá de una persona de carne y hueso (algo que está por demostrar), funciona a partir de experimentos del tipo “¿Qué es para ti Madonna?” (al estilo de los escolares sobre, nuevamente, nuestro monarca) llevados a cabo por los compositores y productores de moda en cada momento, lo que permite que, a finales de los ochenta, con el Like a Prayer, Madonna signifique Prince; que hace cuatro años, con Hard Candy, sea un sinónimo de Timbaland, y que, a día de hoy, cuando esos dos nombres huelen ya a naftalina, los deseche a cambio de otros que en el momento actual se encuentran en la cresta de la ola, como Benny Benassi o Martin Solveig.
Así como un hombre sigue siendo un hombre lo esculpa Botero o lo haga Giacometti, aunque el punto de vista de uno y otro den lugar a obras sin apenas similitudes, es posible trazar una evolución con una cierta continuidad en la carrera de la artista, que, en último término, es quien decide el equipo del que se rodea, a pesar de que los resultados finales deben, en justicia, juzgarse a partir de las firmas detrás de cada corte.
Es por ello que para comprender este disco resulta imprescindible la escucha provisto de libreto, lo que permitirá que uno comprenda la disparidad entre, por un lado, la artillería de pista de baile que reside en Girl Gone Wild o, sobre todo, I’m addicted, que cuentan con las garantías de un Benassi (de dos Benassi, para ser exactos: su primo Alle también forma parte del equipo) con las tablas suficientes como para edificar el armazón con una materia prima inoxidable que permite que la caducidad del producto no lleve como fecha el día siguiente al lanzamiento; en el otro extremo, el pan para hoy y hambre para mañana al que se adscriben Turn up the Radio o Give me all your Luvin’, singles de usar y tirar que confían en el éxito inmediato para lograr la amortización, utilizando algo que a la neoyorquina le es tan grato como la polémica, para la que no se le ocurrió nada mejor (a mí tampoco) que rodearse de M.I.A. para que consiguiese la atención de los focos merced a su corte de mangas a cámara en el intermedio de la Superbowl, mientras interpretaban juntas Give me all your Luvin’. Como la canción, la polémica dejó de resonar al día siguiente.
Esta irregularidad a la que ya estamos más que acostumbrados (es difícil pensar en algo que haya lanzado Madonna de lo que no podamos rescatar un par de temas o donde no sobre alguno) no supondría mayor problema si no viniese acompañada por un descenso más que en la calidad, en el interés mismo de los temas, más o menos hacia la mitad del disco, que parece completado en piloto automático con rellenos que más que el aplauso o el rechazo, como los arriba comentados, suscitarán, como mucho, la indiferencia: salvo la balada Masterpiece, todo suena a anodino (I’m a Sinner) o directamente a mil veces escuchado (Superstar). Las acciones de la marca Madonna cotizan bajo; la culpa, como siempre, hay que buscarla en sus gestores.
Tracklist
01 – Girl gone wild
02 – Gang Bang
03 – I’m addicted
04 – Turn up the Radio
05 – Give me all your Luvin’
06 – Some Girls
07 – Superstar
08 – I don’t give a
09 – I’m a Sinner
10 – Love spent
11 – Masterpiece
12 – Falling free
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