Ante una nueva banda que llega acompañada del suficiente ruido mediático (entendido esto no como que te radien en Los 40, sino en forma del apoyo de NME, Pitchfork y compañía), lo que prima es la inmediatez, el cubrir la quiniela en la que solo cabe el 1 o el 2: en uno u otro sentido, pero decantarse antes que el de al lado, y de manera más vehemente que nadie. O son lo mejor que ha pisado jamás un escenario (aunque el público más numeroso con el que hayan contado sean su padre y su hermana, mientras grababan la maqueta en su habitación con el Garageband), o son síntoma y causa de todos los males de la música contemporánea.
Transcurridos cerca de cuatro meses desde la publicación del homónimo primer largo de Cults (a su vez, culminación de un año largo de expectación del mundillo tras las pinceladas de su talento que iban dosificando para no quemarse antes del lanzamiento, y que gozaron del megáfono de, especialmente, la citada Pitchfork, que les colocó la tan deseada etiqueta de Best new track con Go outside) y, por tanto, descartada ya la baza de la prontitud, toca el balance, la memoria histórica, la genialidad que se te ocurre para responder a un desplante cuando ya hace media hora que estás de vuelta en casa.
Mover el esqueleto.