En muchas ocasiones (bueno: en algunas ocasiones), las frases más dolorosas se pronuncian acompañadas de una sonrisa. Aunque una voz como la de Alaina Moore, cantante y mitad, junto a su marido Patrick Riley, de Tennis, empuje a pensar en el buen rollo y en el tontipop, lo que tenemos entre manos no es Papá Topo, precisamente, sino una banda que toma lo agridulce por bandera para entregar una colección de canciones con la característica común del dulce garrapiñado que envuelve una píldora que, una vez deshecha en el estómago, duele como si uno se hubiese tragado un puñado de alfileres. Si tuviésemos que asignarle un equivalente cinematográfico (que no tenemos, pero lo hacemos igual, que nos encanta), podríamos aproximarlo a los mágicos mundos que crea una y otra vez Wes Anderson, modelados para soñar, pero, sobre todo, para sufrir.
Siguiendo al pie de la letra el esquema que habían trazado en su disco anterior, el de debut, Cape Dory, la pareja construye otras diez canciones, todas entre los tres y cuatro minutos de duración, cinceladas en torno al lema que sirve como estribillo para High Road, “Paradise is all around, but hapiness is never found”: el tan lejos, tan cerca de la felicidad que se encuentra al alcance de una mano que, por más que lo intenta, no acierta a asirla y que se traduce en letras cuyos temas predilectos son los amores imposibles (ya desde los versos que abren el disco al tiempo que It all feels the same: “Took a train to/ took a train to get to you./ Finally got there/ and I couldn’t find you anywhere”, que funcionan como inmejorable declaración de intenciones) y los posibles, pero bastante complicados.
A pesar de los recelos con los que fue acogido Cape Dory, la fórmula de la banda que se formó durante un crucero que realizaba el matrimonio (esta anécdota queda siempre muy bien) no solo sigue funcionando, sino que encuentra su verdadera razón de ser en unas composiciones tan simples en sus melodías como complejas desde el punto de vista de las letras, cuyo conjunto sería insostenible si no fuese por el agente catalizador en forma del timbre de Alaina, auténtico motor del vehículo, que en cualquier otro caso provocaría que unos versos así de intensos sonasen a parodia.
Entre los temas que conforman este Young & Old, que funciona a las mil maravillas desde un nivel conceptual, pero cuyos cortes se pueden entender sin mayor problema de forma independiente, los más logrados los tenemos, además de en la citada High Road, en la optimista (también hay terreno para el optimismo, aunque parezca mentira) Dreaming, en el escepticismo de uno de los temas más bonitos de lo que llevamos de año, Take me to Heaven o el desgarrador grito de auxilio a partir del pecado original de la separación en Origins.
Inclasificables por muchos motivos, en unos tiempos en que los grandes artefactos musicales que confunden complejidad con calidad son el pan nuestro de cada día (baste como ejemplo el discutible giro ejecutado por Best Coast en su segundo trabajo, ante la constancia aquí evidenciada) Tennis consigue rebatir en un plumazo de poco más de media hora todas las tesis grandilocuentes cuando logra que, a partir de unos ingredientes mínimos y una elaboración sencilla, el regusto que el resultado final deja en el paladar dure mucho más que alternativas que se pretenden con mucho más poso.
Tracklist
01 – It all feels the same
02 – Origins
03 – My better self
04 – Traveling
05 – Petition
06 – Robin
07 – High Road
08 – Dreaming
09 – Take me to Heaven
10 – Never to part
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