Estamos a miércoles y por Gijón ya se han pasado Bertrand Bonello presentando una obra tan coherente dentro de su filmografía y a la vez tan distinta como L’Apollonide y Nicolas Klotz y Elisabeth Perceval con Low Life. Se ha proyectado la brillante reflexión sobre la naturaleza de la imagen de Raya Martin en Buenas noches, España; el novísimo cine argentino, alejado de todas las instancias, con Santiago Mitre y su El estudiante. Hemos reivindicado la libertad de expresión al lado, al tiempo que en la distancia, del cineasta y prisionero del gobierno iraní Jafar Panahi y esperamos disfrutar antes de que termine la semana con Mia Hansen–Løve y Bruno Dumont.
Como esto no va de cine, de todos modos, habrá que apuntar hacia el territorio musical, en el que, como ya os comentaba hace una semana, el Festival de Gijón también tiene mucho que decir, máxime ante un auditorio ávido de quien le haga caso, como el desatendido público asturiano. Desde hace ya muchos años, día de cine equivale a noche de música en el evento asturiano, y en este se ha mantenido, con buen criterio, la fórmula, que atrae a la región a, especialmente, nombres que están en boca de todos dentro del indie nacional.
Parte de la fórmula consiste también, ya lindando en la tradición, en servir el plato fuerte musical durante la velada del primer sábado de festival, bajo la etiqueta «The Fiesta». Para el menú se elige una combinación que satisfaga a todo el mundo, logrando el compromiso con una banda joven pero bien arropada por la crítica, como Pony Bravo; otra más veterana y cuyo respaldo reside en el público general, Vetusta Morla, y otra sin especial popularidad dentro de nuestras fronteras (y relativa fuera), pero que llega a modo de guinda: New Young Pony Club. Café y puro con DJ Amable.
Para empezar, Pony Bravo consiguió acercar el mundo de la psicodelia y un estilo que se puede calificar como muchas cosas (casi todas buenas), pero nunca como convencional, a un público que, en un porcentaje descorazonador, no los había ido a ver a ellos. Repasaron sus dos discos: Si bajo de espaldas no me da miedo y otras historias, publicado hace ya tres años, del que se recuperaron El guardia forestal o El rayo, y también su último largo, Un gramo de fe, que exploraron con mayor profundidad, sin olvidar la superficie de canciones que han sonado mucho (menos, aún así, de lo que deberían) como Noche de setas o La rave de Dios. También sonó un tema nuevo, Mi DNI, donde se ataca sin piedad a la cara más superficial y sórdida del indie: los chanchullos, las drogas, las etiquetas. Rapeada por su guitarrista y muy coreada por el respetable.
Amstel cerveza.
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