En el Estado español somos tela de cainitas y nos encanta pensar que los defectos de que adolecemos son nuestros y de nadie más: una suerte de antiorgullo que, a fin de cuentas, no deja de ser tan vanidoso como su reverso. Una de las actitudes que nos encanta atribuirnos como exclusiva absoluta es la del forofismo en los deportes, aquello de seguir las competiciones solo cuando ganan los nuestros, aunque esto ocurra aquí y en la China Popular. Especialmente en la China Popular.
Entre los efectos colaterales de estos saltos interdisciplinares se encuentra la inutilidad de explicarle al espectador ocasional los conceptos básicos de la especialidad, puesto que, para cuando Nadal vuelva a estar en forma, ya los habrá olvidado. Uno de los que más quebraderos de cabeza causa a quien, con toda su buena voluntad, pretende transmitirlo al profano, es el de «defender puntos». Federer le gana la final del torneo a Djokovic; sin embargo, tras la disputa de este, el serbio adelanta al José Tomás de la raqueta en la lista individual de la ATP. ¿Cómo se come esto? Porque Nole no tenía puntos que defender. ¿Os ha quedado claro? Ya lo suponía.
Que lo de hablar de tenis ha estado bien, eh, pero tampoco pasa nada si construyo de una vez la analogía que pretendía introducir con esos dos primeros párrafos. Porque todo ese rollo tenía algún sentido dentro de esta crítica, ¿no? Venga, sí. Pues resulta que Noah Lennox, que con ese nombre parece cosa seria, pero al final resulta que no es otro que Panda Bear, tenía en su haber, por expresarlo en términos tenísticos, algo así como los cuatro torneos del Grand Slam (Person Pitch) más la Copa Davis (el Merriweather Post Pavilion que firmó como componente de Animal Collective). Con ese historial, el objetivo de la temporada no es hacerlo mejor, algo irrealizable, sino acercarse a aquello lo máximo que se pueda. En resumen: que su nuevo disco, Tomboy, constituía un papelón en toda regla.
Tomboy significa marimacho.




